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Mi Kabbala – Tishrei 21, 5785 – Miércoles 23 de octubre del 2024

¿Plan?

El Texto de Textos nos revela en Ezequiel 1:4, “Y miré, y he aquí venía del norte un viento tempestuoso, y una gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor, y en medio del fuego algo que parecía como bronce refulgente, y en medio de ella la figura de cuatro seres vivientes. Y esta era su apariencia: había en ellos semejanza de hombre. Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas”.

El concepto Tsimtsum (צמצום), o contracción, se refiere a un proceso de autolimitación del Creador, que minimiza la intensidad de Su Luz en relación con toda su capacidad, para permitirnos existir en este mundo. Este mundo, denominado Keli (recipiente), es donde el Creador se manifiesta a través de las Sefirot, permitiendo que tengamos autonomía. Así, como si fueran Igulim (círculos concéntricos), se genera una especie de ruptura en estos receptáculos, posibilitando nuestra coexistencia en esta dimensión. Todo esto cumple con Su plan, en el cual lo que calificamos como “malo” se manifiesta como pruebas resultantes de esta separación. Estas pruebas nos invitan a decidir si nos dejamos guiar por Su voluntad o preferimos nuestra desobediencia.

Se cree que fueron seiscientas mil chispas de la Luz del Creador las que se dispersaron como almas en la Tierra, multiplicándose en los miles de millones de personas que comparten esa chispa. El alma nació en la diversidad, con el propósito de la Unidad, lo que llevó al propio Creador a encarnarse para rescatarnos con Su misericordia y redención. A través de los diferentes planos de existencia, vamos reconociendo nuestra eternidad. Incluso los ángeles, Malakh (מלאך), seres espirituales distintos a nosotros, nos traen mensajes que reafirman este plan y orden.

En la actualidad, nos encontramos en un plano intermedio entre los ángeles caídos, Tachatonim, que habitan en una dimensión baja, y las huestes alejadas, Sheddim, que proliferan como fuerzas del pecado. Se vislumbra una especie de guerra espiritual con los Elyonim (אֱלֹהִים), que no percibimos fácilmente. Todo esto forma parte del plan divino, que nos ofrece la posibilidad de ascender y hacernos conscientes de nuestra esencia. Así, al igual que los diez arcángeles, estamos llamados a alabar, agradecer y bendecir, en correspondencia con cada una de las Sefirot. Aunque el Creador permanece inalterado en Su origen, está presente en la creación, aunque la creación no es parte activa de Él.

Por su rectitud, Enoc (אנוך), al igual que otras personas justas, fue llevado al cielo sin sufrir la muerte física, como una forma de recordarnos que esta dimensión terrenal forma parte del plan divino. Es una herramienta del Altísimo para completar Su obra, dependiendo de nuestra voluntad para recrearnos en ella de una manera que nos acerque o no a Él. Como fragmentos de esa Luz, aunque estamos llenos de deseos e intenciones que nos movilizan, estos nos llaman a unificarnos plena y voluntariamente con el Creador. Nuestra mente es el recipiente que articula lo espiritual con lo físico.

Cuando nuestro cuerpo fallece, se nos recuerda que al final, tras esa transición, saldremos de la dimensión de la ilusión, la ficción (Mirmá, מִרְמָה), que experimentamos hasta que nuestra alma se hace consciente y logra alcanzar voluntariamente la unión total con el Creador, libre de la muerte y el dolor. Esta transformación nos resulta difícil de comprender hoy, ya que seguimos apegados al mundo material y a lo ilusorio, sin reconocernos.

El Texto de Textos nos revela en I de Juan 2:17, “El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad del Creador permanece para siempre”.

Oremos para aceptar su voluntad y dejarnos guiar de Él.

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