
Mi Parashá – Génesis 3:2
Somos el producto de nuestras decisiones, aunque no midamos los efectos de las mismas. Además, con estas elecciones afectamos no solo nuestras experiencias sino también las de aquellos con los cuales coexistimos. Por lo tanto, el concepto de apreciar “וַתֵּרֶא” (Va’tere – “Y vio”) está directamente relacionado con el de entender “רָאָה” (“ver”), que está relacionado con la percepción y el entendimiento, ya que, aunque se supone que vemos con los ojos, realmente estamos capturando el reflejo de la luz exterior que, procesada por nuestro sistema óptico y luego por nuestros lóbulos cerebrales, proyecta en nuestra conciencia una imagen, la cual, a través de nuestras denominaciones, nos reproduce una identidad que da sentido o no a nuestras realidades y, por lo tanto, un reconocimiento a dicha vivencia.
Como ya hemos venido comprendiendo, las palabras tienen no solo distintas interpretaciones, sino a la vez traducciones sesgadas acordes con quien está recibiendo dicha información y adaptándola a sus propios conocimientos. Esto implica que entender a Eva como esa “הָאִשָּׁה” (Ha’isha – “La mujer”), que nos representa a todos como humanidad por su esencia femenina, la cual espiritualmente está relacionada con conceptos como la receptividad, nuestras intenciones, nuestra intuición y, por ende, el uso de esas herramientas para obtener o no una conexión directa con nuestra esencia, explica desde otras perspectivas que, aunque es Eva quien inicia el proceso que lleva al conocimiento del bien y del mal, este se encontraba dentro del plan divino para que pudiéramos aprender a coordinar mejor nuestros conocimientos y, por ende, nuestro libre albedrío.
El concepto de Árbol en este caso, con frutos que nos generan deseos, “כִּי טוֹב הָעֵץ לְמַאֲכָל” (Ki tov ha’etz lema’achal – “que el árbol era bueno para comer”), nos traslada desde nuestra dimensión simbólica e imaginaria al Árbol de la Vida (עץ החיים), nuestro Señor Jesucristo, estructura espiritual del universo y sabiduría. Esto significa que la percepción de Eva de que el árbol era “bueno para comer” denota esa atracción natural hacia el conocimiento, sin embargo, en este caso, obviando que estaba prohibido y que, por lo tanto, debía abstenerse, cumpliendo la voluntad del Padre por encima del deseo primario que hoy nos llama a trascender, respetando los límites impuestos por el Creador.
Desde la gematría, el valor de la palabra “הָעֵץ” (Ha’etz – “El árbol”), 165, nos llama a retroalimentarnos de los frutos que nos otorguen esa sabiduría divina y no conocimientos mundanos y egoístas que, aunque motivan nuestras percepciones y deseos, no son útiles ni buenos para nuestras vidas. Por lo tanto, comprender la naturaleza de nuestros conocimientos y cómo estos generan unas consecuencias, así sean de frutos que inicialmente consideramos placenteros, sigue siendo una de nuestras tareas diarias.
Son nuestras decisiones y sus efectos, aunque inconscientemente no los midamos, las que determinan nuestro grado de cercanía o lejanía con el Creador y su obra. Y, aunque como Eva seguimos dejándonos guiar por deseos prohibidos, lo cierto es que no podemos confundir los frutos “buenos” con los “deseables” y menos dejarnos guiar por impulsos emocionales que van en contra de los mandatos divinos, ya que no solo estamos transgrediendo a Él, sino cayendo en los efectos y consecuencias de dichas elecciones equivocadas.
Aprender a discernir entre los deseos egoístas y las verdaderas necesidades espirituales tiene que ver con dejarnos guiar por la única sabiduría, la divina, y no por los conocimientos humanos que, en buena parte de los casos, desinforman, desorientan, confunden y nos distraen de la coherencia que nos vislumbran los preceptos divinos.
Cada intención que toca nuestro ser inconsciente, al igual que a Eva, tiene un impacto profundo tanto en nuestro entorno como en nuestra alma, debiendo alinear nuestros deseos y decisiones con los propósitos del Creador y no con los nuestros. Este autoconocimiento nos posibilita crecer en nuestra relación con el Creador y con nosotros mismos.