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Mi Kabbala – Tishrei 24, 5785 – Sábado 26 de octubre del 2024.

¿Iluminación?

El Texto de Textos nos revela en Isaías 45:12, “Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre. Yo, mis manos, extendieron los cielos, y a todo su ejército mandé”.

Las letras hebreas, cual chispas de luz, iluminan nuestro lenguaje dándonos una interpretación que reconocemos como realidad, la cual va variando a medida que estas iluminan nuestro entendimiento con nuevos significados. Principio de vida semiótico, que con sus conocimientos nos aporta nuevas lecturas, de esas que nos harán ver en Alef (א), no solo un símbolo o jeroglífico, sino un mensaje de nuestro Señor Jesucristo, Árbol de la Vida, principio de todo, quien nos insinúa a través de cada una de sus expresiones esa necesidad de regenerarnos, haciéndonos parte, desde ya, del mundo porvenir.

Señales que le dan a esa raíz Alaf, Alaph (אָלֶף), la visión de familiarizarse, habituarse, cultivar, aprender, semejar y, por extensión, enseñar, multiplicar y producir. Conceptos de los cuales se desprende Elef, Eleph —un buey o el número mil—, que, articulado a Aluf, Alouph, nos induce a cultivar, conducir o gobernar, especialmente nuestro ser. Voluntad que, a través de la unidad familiar, nos va guiando hacia esa esencia de la que provenimos, logrando con nuestros imaginarios otras visiones de vida, para que esa nada, silencio o vacío existencial se llene con su plenitud, con su fluir, con la vibración de su palabra.

La misma forma de la letra, que corresponde a una cabeza de buey con sus cuernos, nos da la idea, a través de esa fuerza pacífica, de tener calma, gracias a ver en esa grafía de Alef la letra Vav (ו), que al descomponerse forma la diagonal izquierda-derecha de dos Iod. Como concepto, esto nos dice que el mismo Creador dibujó al hombre según las formas de este mundo y del porvenir. Por ello, Alef es ese símbolo de un principio, de continuidad, de estabilidad, de equidad: nexo entre los mundos superior e inferior, entre la tierra y el cielo, entre este sistema y el cosmos.

Algunos creyentes leen en esa letra un cuerpo que necesita ser animado por el Espíritu, reiterándonos que estas señales son más que imágenes muertas. Para que nuestro laberinto intelectual perciba esas luces, debemos nutrir con ellas nuestra alma. Gracias a nuestro entendimiento, percibimos en estos símbolos ese deseo de unidad, número uno que alude a la fuerza divina penetrante, la que fecunda a otras letras para darles un sonido. Esto nos permite recrearnos no solo en el mundo material, sino en el todo, gracias a la Palabra, que es creadora y salvadora (Yasha, יָשַׁע).

Oseas (Hōšēaʿ, הוֹשֵׁעַ), el primero de los doce profetas menores, nos llama a visionar en cada uno de estos signos esa correspondencia con sus enseñanzas. El primer día de la creación, donde se separó la luz de las tinieblas, fue el origen de las transformaciones sucesivas e incesantes que posibilitan la vida. Estos movimientos del universo, fruto de la vibración de su palabra, se asocian a las letras originales, para que desde esa novedad, talento, energía, actividad, multiplicidad, inteligencia y destreza, percibamos a nuestro Salvador, el comienzo de todo, quien nos invita a forjar nuestra audacia e iniciativa para cambiar de dirección hacia el cielo.

El Texto de Textos nos revela en Juan 8:58, “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy”.

Oremos para todo nos manifieste que somos hijos del Creador

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