Mi Parashá – Génesis 3:6
Dos conceptos deben captar nuestra atención dentro de este estudio: la tentación y la caída, una transición que para algunos implica pasar de una percepción espiritual pura a una material y sensorial, lo que significa, como ciclo posterior, pasar del atractivo mundo material que nos desconecta de la percepción espiritual a ese entorno natural y real al que pertenecemos.
Es por ello que la palabra עֵץ (Etz, Árbol) nos ilumina sobre otro concepto, “Eitz Chaim” (Árbol de la Vida), que contrasta con “Eitz HaDa’at Tov V’Ra” (Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal), y que, por su valor gemátrico de 160, nos sugiere ideas asociativas como juicio y discernimiento, fundamentales para la comprensión de la dualidad en la que coexistimos.
A partir de este contexto, llegan otras palabras como טוֹב (Tov, Bueno), con un valor de 17, que representa ese equilibrio que existe en toda la creación y que podemos afectar con nuestras decisiones. De ahí la importancia de conocer el mal, para poder equilibrar esas fuerzas desde nuestro ser interior hacia el exterior. Y aunque con esa apertura sensorial nacieron nuestros deseos cual tentaciones, está claro que dicha codicia también puede verse como algo divino, ya que nos lleva a transformar ese deseo egoísta que nace de identificarnos con lo que nombramos y no con el único nombre que da nombre a todo.
Es por ello que la palabra עֵינַיִם (Einayim, Ojos), con un valor de 180, se usa para que comprendamos todo lo que significa nuestra percepción, la cual simplemente es un reflejo de la luz exterior que, en nuestro caso, se proyecta de manera invertida. Aunque supongamos que está al derecho, para recordarnos que estamos de espaldas a Él, percibiendo la oscuridad y solo reflejos de su luz, que el sabernos solos y sin Él nos llena de miedos y dudas, siendo necesario que reorientemos nuestras mentes distorsionadas y nos enfoquemos en Él y en su guía.
Seguir alimentándonos de otros frutos פִּרְיוֹ (Piryo) con valor 306, distintos al del Árbol de la Vida, nos quita la: אֶשֶׁר (Asher, Felicidad o Bendición) y nos lleva a la dimensión en donde nuestras propias expresiones están llenas de רֵעַ (Rea, Compañero o Mal), con un valor de 270, desperdiciando nuestras potencialidades y dejándonos mezclar y confundir con aparentes bendiciones terrenales, temporales y egoístas que tienen un potencial destructivo. Esto implica que todo depende de cómo utilizamos el conocimiento obtenido.
Nuestra felicidad es un estado interior que depende de irradiar su luz, por ello el número 306 también nos conecta con expresiones como יֵצֶר (Yetzer, Inclinación), destacando que hay una batalla interna o guerra espiritual entre dichas fuerzas del bien o del mal (Yetzer HaTov y Yetzer Hara), pero que depende siempre de nosotros qué alimentamos: si las vibraciones de la Palabra del Creador y sus frutos, o los ruidos discordantes que confundimos con voces.
Son nuestras decisiones las que influyen en nuestras percepciones sensoriales y en los resultados que evaluamos como materiales, siendo nuestras alucinaciones revestidas de atracciones y tentaciones las que dominan nuestras emociones y, por lo tanto, la interpretación que hacemos de las proyecciones mentales que nos arroja la percepción de lo que creemos que sucede en el exterior. Si ampliáramos nuestra percepción espiritual y condujéramos nuestras decisiones hacia la conexión con lo divino, descubriríamos otra realidad.
La dualidad introducida por el acto de comer del árbol es una prueba de nuestra capacidad para discernir y elegir correctamente, ya que cada acción tiene consecuencias que pueden acercarnos o alejarnos de la armonía con el Creador. Por ello, la búsqueda de la sabiduría y del conocimiento debe estar siempre guiada por una intención pura y alineada con los preceptos divinos, evitando la trampa del deseo egoísta y la distorsión de la realidad espiritual.