
Mi Kabbala – Tishrei 4, 5785 – domingo 6 de octubre del 2024.
¿Árbol?
El Texto de Textos nos revela en Genesis 2:9, “Y el Seños nuestro Creador hizo brotar de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer; asimismo, en medio del huerto, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal”.
Cada signo, letra, palabra y versículo del Texto de Textos nos llena de representaciones que nuestra alma interpreta con un significado común, fruto de su lenguaje. Por ello, es necesario asimilar otras perspectivas que otorguen a las mismas letras hebreas —yod (י), he (ה), vav (ו)— un mayor significado, en el que Su nombre: YHWH, Yahvé, Jehová (יהוה), nos proyecte señales para recrearnos a diario en Su obra. Así, a partir de esos signos, logramos acercarnos a esa otra realidad celestial gracias a Su Palabra, la cual nos posibilitará un nuevo lenguaje con un nuevo sentido, en pro de integrarnos a Él.
La movilidad e intercambio de estas letras a partir de dicha raíz forjan, con Su luz, nuevos conceptos para que esa palabra alimente y dé un sentido a nuestras vivencias. De esas chispas de luz que vibran en el todo, surgen conceptos como etz (“árbol”) o etzem (“hueso”), y otra serie de señales que orientan nuestro entendimiento, fruto de esa estructura lingüística y su narración, con la cual consolidamos nuestra realidad. Por lo tanto, es indispensable ir más allá de la etimología para comprender nuestra propia movilidad, que como estructura física depende del Árbol de la Vida: Yeshúa (יֵשׁוּעַ), estructura espiritual.
Comprender en su totalidad estas señales comunicacionales debe reorientarnos para leer en esos signos y en sus diferentes combinaciones los atributos divinos que se articulan con nuestro ser y con el universo mismo, proyectando así Su luz. De este modo, logramos una relación de interdependencia entre Él y todos los elementos de la creación. Esto explica, por ejemplo, que la palabra Sefirot (ספירות) o Sefirá (“emanaciones”), que proviene de la raíz Mispar (מִסְפָּר) y que significa “número”, nos lleve, a través de dicha analogía, a percibir en cada signo un nuevo valor, uno que nutra nuestro entendimiento con esa sabiduría divina, posibilitándonos asumir nuestras coexistencias a través de esta guía.
Las Sefirot, como diagrama, nos presentan, a través de sus senderos (derek, דֶּרֶךְ), elementos para interpretar mejor esas chispas de ideas que se reproducen en nuestras mentes. Esto, a su vez, nos denota diez dimensiones con un funcionamiento que se alinea con nuestras vidas, siguiendo los senderos del universo infinito que se articulan al mundo en el que coexistimos. Las Sefirot son transformadores de esa energía que se manifiesta de diferentes formas, hasta que reconozcamos su verdadera esencia. Para ello, es indispensable que ajustemos Su Palabra a la nuestra, enfocándonos así en bien decir.
Profetas como Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel (nabi, נָבִיא) nos llaman continuamente a profundizar en la Palabra del Creador, en la Torá, para, a través de ella, ser guiados y alimentarnos de esos nutrientes del Árbol de la Vida. Nuestro Señor Jesucristo, Salvador, nos propone, a través del amor, volver a ese principio de nuestra raíz interrelacional: signos lingüísticos que, pese a sus limitados y finitos conceptos, nos proyectan esa necesidad de llenar nuestros imaginarios mundanos con la simbología de Su luz.
El Texto de Textos nos revela en Apocalipsis 22:1, “Y a cada lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce clases de fruto, dando su fruto cada mes; y las hojas del árbol eran para sanidad de las naciones”.
Oremos para nutrirnos a diario del Árbol de la Vida: Jesucristo.