
Mi Parashá – Génesis 10:2
Si comprendiéramos la importancia de los aportes genéticos de nuestros ancestros, releeríamos estos versículos con más cuidado, ya que, siendo o no parte de la línea ancestral de Jafet, podríamos encontrar en algunos de sus nombres, de los cuales incluso pudieron haber tomado los nuestros, elementos importantes para comprender ciertas características que, aunque parecen nuestras, tienen realmente su origen en estos ancestros de nuestra actual civilización.
Ya habíamos reflexionado sobre el nombre Jafet (יֶפֶת – Yefet) y su relación con la palabra hebrea “יָפֶה” (Yafe), que significa “hermoso” o “amplio”, para vislumbrar desde dicho contexto esa expansión que genera nuestra existencia y que, a la vez, es producto de la contracción celestial. Esta aparente contradicción es otra revelación respecto de la unidad, la cual, con su sabiduría, nos habla de la belleza, pero desde otra perspectiva.
Conceptos como la propagación de la humanidad después del diluvio nos incitan a comprender que estamos llamados a iluminar la oscuridad que permitió nuestras vidas y sobre la cual se moldea nuestra actual realidad. Esto nos lleva a aprender a tomar decisiones sabias para poder restablecer el orden en todo lo creado.
El primer hijo de Jafet, Gomer (גֹּמֶר), palabra con un valor gemátrico de 243 (ג = 3, מ = 40, ר = 200), que puede descomponerse en 2 + 4 + 3 = 9, nos habla a través de ese número, asociado con la verdad y la integridad, de la misión que la descendencia de Gomer tiene para posibilitar la reconexión con lo divino a través de una búsqueda permanente de la verdad.
Y aunque quizá nuestro árbol genealógico no nos permita determinar si procedemos de Gomer o de Magog (מָגוֹג), cuyo valor gemátrico es 52 (מ = 40, ג = 3, ו = 6, ג = 3), está claro que todas las profecías, incluso aquellas que nos hablan de conflictos futuros, nos reiteran que estamos llamados a ascender a un nivel espiritual, desafíos que siempre nos permitirán ese crecimiento que, además de personal, es colectivo.
El tercer hijo de Jafet, Madai (מָדַי), con un valor gemátrico de 54 (מ = 40, ד = 4, י = 10), complementa esta serie de perspectivas genéticas que nos llaman a trascender, comprendiendo para ello que hay estructuras, un orden, siendo indispensable, seamos o no descendientes directos de este tercer hijo, que entendamos que el orden celestial se aprende desde la ley humana.
Historias, secuencias y conceptos que son de suma importancia hoy para nosotros, ya que cada uno de estos seres formó naciones de las que quizá hoy seamos parte sin siquiera saberlo. Por lo tanto, Javán (יָוָן), con un valor gemátrico de 66 (י = 10, ו = 6, נ = 50), identificado hoy con los actuales griegos, nos habla de nuestra capacidad de pensar, la visión filosófica y la búsqueda de conocimiento que les sigue caracterizando.
Por su parte, Tubal (תֻבָל), con un valor gemátrico de 44 (ת = 400, ו = 6, ב = 2, ל = 30), se asocia en la tradición con la habilidad de forjar herramientas y armas, lo cual espiritualmente puede representar la capacidad de transformar la materia en algo útil para la humanidad, una interpretación que nos lleva a visionar cómo desde este ser pudieron darse procesos que hoy reconocemos como industriales.
Mesec (מֶשֶׁךְ), con un valor gemátrico de 430 (מ = 40, ש = 300, ך = 90), simboliza los procesos de redención o liberación, debido a que el 430 corresponde al número de años que los israelitas pasaron en Egipto antes de ser liberados. Esto nos indica, además, que quienes descienden de esta estirpe han buscado regularmente estos propósitos como insumos trascendentes.
Y Tiras (תִירָס), con un valor gemátrico de 610 (ת = 400, י = 10, ר = 200, ס = 60), cierra el ciclo de Jafet para hablarnos de esa búsqueda de la perfección y de una conexión espiritual más alta, reflexión que, gracias a estos nombres, nos revela esa rica red de significados espirituales que nos otorgan cada uno de los descendientes de Jafet, donde, además de aspectos del crecimiento humano en pro del desarrollo espiritual, podemos reencontrarnos con esa búsqueda de la verdad y el conocimiento hasta la transformación y la redención.
Aspectos que se manifiestan en nuestro propio camino espiritual, ya que todos tenemos que desempeñar un rol en estos procesos de expansión como humanidad, ya sea a través del conocimiento, la creación, la estructura, o la búsqueda de la verdad y la paz, siendo de suma importancia reconocer y honrar nuestras raíces mientras buscamos activamente nuestro lugar en el mundo y en el plan divino.