
Mi Parashá – Génesis 11
Los conceptos de “Deshe” (vegetación) y “Etz Pri” (árbol frutal) representan nuestro crecimiento integral permanente frente a una vida emergente, en la que confundimos la abundancia terrenal con nuestra propia vitalidad que proviene de la tierra.
El Creador se nos revela en cada partícula de este mundo y nos manifiesta su potencial, que está latente tanto en nosotros como en cada molécula con la que coexistimos, revelándose gracias a ese proceso natural constante que nos llama a un crecimiento integral, el mismo que refleja nuestro desarrollo espiritual. Para ello, las semillas de Su Palabra, de Su sabiduría, deben guiar nuestras buenas acciones, las cuales deben ser plantadas en nuestras interacciones e interrelaciones para que este mundo se ilumine a la par de nuestra alma.
Es por ello que el concepto de Etz Pri (árbol frutal) nos incita a profundizar en nuestra madurez y fructificación. Todo árbol en este mundo da frutos según su especie, perspectiva que representa esa capacidad que tiene cada ser humano de manifestar ese propósito divino en su vida, atendiendo a que, como criaturas únicas, debemos colocar nuestros dones y habilidades específicas en pro de ese bienestar y desarrollo general. Cada fruto y semilla que nace desde nuestro ser interior debe contener ese potencial que debe reproducirse para perpetuar la vida, lo que refleja la importancia de nuestras intenciones, deseos, emociones, palabras, interacciones e interrelaciones y su impacto duradero.
Deshe (דֶּשֶׁא) tiene un valor gemátrico de 304 (ד = 4, ש = 300, א = 1), lo que nos lleva a la idea de integración y plenitud, reflejando cómo la vegetación abarca todos los aspectos de la vida, desde la semilla hasta el fruto, representando la manifestación completa de la voluntad divina en el mundo natural. Por su parte, Etz Pri (עֵץ פְּרִי) tiene un valor gemátrico de 360 (ע = 70, ץ = 90, פ = 80, ר = 200, י = 10), que simboliza igualmente ese ciclo completo de la vida y de nuestro crecimiento.
Gracias a la perfección divina, nuestros ciclos nos llaman a la continuidad y la renovación, lo que implica cultivar nuestro potencial interior. Para ello, debemos nutrir nuestras capacidades y talentos con Su Palabra, intentando siempre que se manifieste ese propósito divino. Por ello, cada árbol que da fruto según su especie nos recuerda que cada uno de nosotros tiene un papel único en la creación.
Nuestras acciones, como los frutos del árbol, tienen el poder de impactar a otros y dejar un legado duradero, por lo que es fundamental que actuemos de manera coherente con nuestra esencia y propósito, para que nuestros frutos sean puros y beneficiosos. Esos ciclos de siembra, crecimiento y fructificación contienen los ciclos de nuestras vidas, para lo cual cada etapa dentro de ese crecimiento integral tiene su propósito y contribuye a nuestra evolución espiritual.