Mi Parashá – Génesis 1:10
“Eretz” (אֶרֶץ) es más que la tierra física; simboliza el lugar donde la voluntad divina se manifiesta en el mundo material, por lo que este concepto está asociado con la receptividad y el potencial de crecimiento. Nuestro planeta es un receptáculo de la vida, destinado a ser cultivado y trabajado para poder ir revelando su potencial inherente.
Igualmente, el concepto de “Yamim” (Mares) (יַמִּים), que simboliza la fuerza de la Palabra y la sabiduría que nosotros visionamos como conocimiento, nos lleva a comprender que todo fluye gracias a Él y que, por ende, todo nos vincula, tal y como sucede con las aguas, las cuales representan igualmente nuestra capacidad de adaptarnos y movernos.
No perdamos de vista que, aunque nuestros movimientos son lentos y nuestro mundo es finito y limitado, como lo es nuestro lenguaje, todo lo que percibimos como oculto o misterioso nos está recordando que, así como las aguas cubren y ocultan lo que hay debajo de ellas, estamos llamados a sumergirnos en Él para que, al profundizar en nuestra esencia, puedan revelársenos mejor nuestros propósitos existenciales.
“Eretz” tiene un valor gemátrico de 291 (א = 1, ר = 200, צ = 90), lo que debe interpretarse como una combinación de fuerzas que sugieren la conexión entre el mundo espiritual y el mundo físico, siendo nuestro planeta el lugar donde el conocimiento del Creador debe materializarse, gracias al reflejo de todo un proceso de canalización en el que esa energía divina se nos manifiesta en este plano terrenal.
“Yamim” tiene un valor gemátrico de 100 (י = 10, מ = 40, י = 10, מ = 40), número que representa la perfección de un ciclo completo. Por ello, los mares simbolizan la totalidad y el equilibrio entre las diferentes fuerzas de la naturaleza, así como la perfección inherente en la creación divina. Es necesario que no perdamos de vista que somos nosotros quienes estamos llamados a encontrar en nuestro ser interior ese equilibrio entre lo oculto, que simbolizan los mares, y lo revelado, la tierra.
Al equilibrar nuestros conocimientos terrenales finitos y limitados con la sabiduría divina infinita e ilimitada, vamos adquiriendo el entendimiento para reconocernos como sus hijos, potencial que, si desconocemos, no nos permite ese crecimiento y transformación. Tal como sembramos y cosechamos en nuestra tierra, en ese mundo nuestras decisiones deben estar dirigidas a cultivar y desarrollar nuestro potencial espiritual.
Todo es bueno porque fue creado por Él; sin embargo, para poder reconocer y valorar Su bondad, debemos conocer lo que significa estar alejados de Él y ser guiados por nuestros libertinajes. Un primer gran paso dentro de ese reconocimiento espiritual es nuestra propia gratitud y alabanza hacia Él, manteniendo siempre la confianza de que es Él quien guía nuestras vidas.
Equilibrar ese potencial de crecimiento y la receptividad con Su luz nos llama a fluir armónicamente con nuestros conocimientos, emociones, expresiones, relaciones y acciones, dejándonos guiar por Su Espíritu Santo para que lo espiritual y lo material se integren armoniosamente, permitiéndonos manifestar plenamente la voluntad divina en nuestro día a día.