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Mi Parashà – Gènesis 2:15

Desde esa perspectiva eterna, pero como resultado de nuestra desobediencia, caímos en un espacio terrenal y temporal en donde pudiéramos reconocernos y aprender a coordinar nuestra voluntad, asimilando que necesitamos de Su voluntad y guía. Por ello, el mandato divino de trabajar y cuidar ese jardín aún se mantiene. Sin embargo, poco comprendemos conceptos como “tomar” וַיִּקַּח (Va-yikach), que nos llama a asumir esa responsabilidad que tiene que ver con poner al servicio de nuestros entornos nuestros dones y habilidades, y no ser servidos.

Nuestro amoroso Padre Celestial, sin embargo, sabiendo que nos alejaríamos y que además lo despreciaríamos, nos ubicó en este escenario donde pudiéramos reconocerle a través de Su misericordia (יהוה), la misma que, orientada por Su justicia (אֱלֹהִים), podría mantener ese equilibrio universal que debemos encontrar a través de nuestra propia naturaleza y todo lo que nos rodea.

Él, como יְהוָה אֱלֹהִים (Adonai Elohim), entendió que ese hijo primogénito, Adán אֶת־הָאָדָם (et-ha-adam), como generador de la totalidad de la humanidad a través de ese gen que se fragmentó, necesitaba todo un proceso para que esa semilla de vida pudiera, consciente y voluntariamente, trabajar interiormente por su reintegración a ese Edén.

La invitación a que cultivara dicho Edén לְעָבְדָהּ (l’ovdah), gracias a la raíz “avodah” עֲבוֹדָה, nos reitera que no era cualquier labor, sino un servicio sagrado que tiene que ver aún con cultivar nuestros valores intrínsecos para no perder esa bondad inherente en todo lo creado, dejándonos cogobernar por la polaridad del mal, que en nuestro caso, por su prolongación y magnificación, es la generadora del caos.

Guardar su palabra וּלְשָׁמְרָהּ (u-l’shamrah), gracias a la raíz שָׁמַר (shamar), nos indica que debemos proteger y preservar la vida, lo más valioso que se nos ha otorgado, la cual también despreciamos, al no comprender plenamente todo lo que ella simboliza y significa. Tristemente, nuestras propias expresiones mundanas y egoístas nos han distanciado de Su palabra, y estamos confundidos en las múltiples capas que incluso nos puede ofrecer cada signo lingüístico.

Asimilar el simple hecho de ser creados de la nada y sin más motivo que Su amor, y que además se haya hecho toda una creación para nuestro deleite, debería mantenernos de rodillas ante Él, alabándole. Sin embargo, nuestra ingratitud es tal que no queremos saber nada de ese propósito ni de nuestra misión dentro de Su obra. Quizá por ello no somos capaces de maravillarnos al contemplar lo creado y menos aún ocuparnos de su productividad y conservación.

Somos la generación de אָדָם (Adam), con valor gemátrico 45 (א=1, ד=4, ם=40), lo que quiere decir que somos uno con el Creador. Esto se entiende mejor al valorar esa letra hebrea (ה), que equivale a 5 y que es, por ende, un símbolo de la revelación divina en nosotros. Cada signo lingüístico tiene un significado profundo, para lo cual necesitamos que el Espíritu Santo ilumine nuestro entendimiento para asimilar sus enseñanzas y guía.

Es por ello que el concepto גַן (Gan – Jardín), con un valor de 53 (ג=3, נ=50), nos habla de ese espacio de encuentro entre lo físico y lo espiritual, un escenario que aún está esperándonos si aceptamos voluntariamente Su voluntad y, por ende, nuestra responsabilidad dentro de lo creado. Trabajo (עֲבוֹדָה – avodah) y cuidado (שָׁמַר – shamar) que implican preservar la esencia divina en nuestra vida cotidiana.

Somos co-creadores y debemos recrearnos en lo creado, cultivando y protegiendo no solo el mundo físico, sino también nuestro mundo interior, intentando equilibrar esas fuerzas que nos cogobiernan inconscientemente gracias a la justicia y misericordia divina. Por lo tanto, al asumir dichas labores, podemos ir reconociendo nuestro verdadero potencial espiritual.

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