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Mi Parashá – Génesis 2:25

Terminada la creación, es lógico el estado de inocencia y pureza en el que se encontraban Adán y Eva antes de la transgresión, siendo nuestro acto voluntario de desobediencia el que nos llevó a percibirnos desnudos y avergonzados, perdiendo así nuestra transparencia espiritual y dando paso a la presencia del ego.

La expresión “y estábamos ambos” וַיִּהְיוּ שְׁנֵיהֶם (Va-yihyu sh’nehem), gracias a la palabra שְׁנֵיהֶם (sh’nehem), nos habla de dos partes, de fragmentación, indicando por ende que se requiere de la unidad. Por lo tanto, el contexto de עֲרוּמִּים (arumim) – “desnudos”, עֲרוּם (arum), lo que realmente simboliza frente a la necesidad es que no percibían el ocultamiento del Creador y, por ende, su realidad no estaba permeada por el engaño.

La desnudez espiritual representa realmente nuestra pureza y total transparencia, por lo que términos como הָאָדָם וְאִשְׁתּוֹ (ha-adam v’ishto) – “el hombre y su mujer” nos ratifican que esa unidad entre Adán y Eva era clara, ya que estaban integrados al Creador y su esencia en un estado de pureza original, por lo cual no se avergonzaban de nada וְלֹא יִתְבֹּשָׁשׁוּ (v’lo yitboshashu), lo que indica que no había culpa ni conciencia del mal en su estado original.

La vergüenza es, por ende, una percepción engañosa que nos proyecta e identifica con lo externo y no con el Creador, fruto de una separación de la unidad divina. Es por ello que la gematría le da al concepto de desnudez עֲרוּם (arum – desnudo) un valor de 316 (ע=70, ר=200, ו=6, ם=40), para significar que nuestra totalidad e integridad dependen de no percibirnos en lo oculto de su contracción, sino a su lado.

Unidad que no desdice nuestra fragmentación, pero que sí nos llama a entender la necesidad de integrarnos voluntariamente para no seguir coexistiendo en el mundo de los sueños, de la ilusión, del engaño, de lo oscuro y oculto, para poder dejar de avergonzarnos יִתְבֹּשָׁשׁוּ (yitboshashu), 928 (י=10, ת=400, ב=2, ש=300, ש=300, ו=6), al estar contaminados de impurezas por sabernos desconectados de su esencia.

Es el ego, por ende, quien nos proyecta nuestra separación, llevándonos a identificarnos con lo nombrado fruto de no estar conectados con Su palabra, siendo indispensable volver a hacerlo a través de la oración y la guía del Espíritu Santo, para que ese estado de inocencia y pureza original retorne a nosotros conscientemente, al reconectarnos con lo divino.

La vergüenza y la culpa son manifestaciones del ego y de percibirnos alejados de Él; por ello, a diario debemos buscar la transparencia y la pureza en nuestras vidas, siendo nuestra “desnudez” física tan solo una forma de llamarnos a despojarnos de los ropajes y máscaras del ego que nos llenan de alucinaciones y expresiones distractoras que distorsionan nuestra realidad con preocupaciones superficiales. Podemos cultivar una mayor autenticidad y transparencia en nuestras vidas, buscando regresar a ese estado de pureza y conexión que se describe en el Edén.

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