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Mi Parashá – Génesis 2:4

El concepto Eleh toledot (אֵלֶּה תוֹלְדוֹת): “Estas son las generaciones”, nos da la idea, gracias a la palabra “toledot” (תוֹלְדוֹת), “generaciones” o “descendencias”, de esas emanaciones espirituales que descienden desde los planos superiores a los inferiores y que multiplican nuestra esencia lumínica en este mundo cuando asumimos el plan del Creador. La permanente dinámica de lo creado, con sus ramificaciones, nos señala la importancia que cada ser humano tiene dentro de estos propósitos.

Es una razón de peso para no obviar a aquellos que, alejándose más y más del Creador, convierten este mundo en un completo infierno. Hashamayim veha’aretz (הַשָּׁמַיִם וְהָאָרֶץ): “Los cielos y la tierra”, aunque proyectan una dualidad incluso en los reinos espirituales (shamayim) y materiales (aretz), a la vez es un llamado a la unificación como objetivo humano, siendo indispensable integrarnos con todo lo que existe, especialmente con nuestros próximos.

La expresión Behibaram (בְּהִבָּרְאָם): “Cuando fueron creados”, que contiene la palabra “behibaram”, que tiene la misma raíz que “bara” (creó), se debería leer como una referencia a la creación en un sentido profundo, ya que el proceso continuo de emanación y formación, del que trata el concepto “behibaram”, implica que hay una reorganización b’Avraham (בְּאַבְרָהָם), en donde la misma alma de Abraham está presente desde el comienzo de la creación, siendo él testigo directo del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo, arquetipo de la bondad y la misericordia.

Asot Adonai Elohim (עֲשׂוֹת יְהוָה אֱלֹהִים): “El Señor Dios hizo”, al combinar las expresiones divinas “Adonai” (YHVH) y “Elohim”, nos subraya la unión de las cualidades de misericordia, que representa YHVH, y de juicio, que representa Elohim. Esto quiere decir que, desde la creación del mundo, se involucró este equilibrio entre fuerzas con el objetivo de que el ser humano aprendiera a mantenerlo en su vida.

Este proceso de crecimiento integral denota que lo que llamamos mal no es otra cosa que la ausencia de bondad al alejarnos del Creador, convirtiendo Eretz v’shamayim (אֶרֶץ וְשָׁמָיִם): “Tierra y cielos”, en todo un campo de batalla que finalmente nos reitera que voluntariamente podemos acercarnos, alcanzando la integración que parte de nuestra generación en pro de la regeneración.

Adam Kadmon: El Arquetipo Divino, como concepto central, representa el “Hombre Primordial” o el arquetipo espiritual de la humanidad, nuestro Señor Jesucristo, para algunos el segundo Adam, siendo en esencia el mismo Creador que se hizo humano, a nuestra imagen y semejanza, en representación de la humanidad, para que retornásemos a nuestro estado más puro y elevado, que se perdió por la caída del primer Adam, el primogénito.

Nosotros, por fe, nos acercamos a ese arquetipo para reconectarnos con las esferas superiores al nutrirnos del Árbol de la Vida, retornando así a ese Estado de Conciencia Superior o Huerto del Edén, que nos lleva a vivir en plena armonía con nuestro Creador a través de Su obra, plenitud y conexión directa, donde ya no compartiremos esas dualidades, pues no nos retroalimentaremos más del conocimiento del bien y del mal, y no nos separaremos voluntariamente de Su lado.

El Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, que representa la introducción de la dualidad en la existencia humana, nos aisló de este estado de unidad y simplicidad en el que estaban Adán y Eva antes de comer los frutos prohibidos, por lo que no tenían la conciencia de las polaridades. Al entrar en este mundo, somos nosotros los que libremente escogemos un lado. Sin embargo, esa misma separación y fragmentación, que traducimos en experiencias dolorosas y de mortalidad, nos deben permitir retornar consciente y voluntariamente a la unidad.

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