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Mi Parashá – Génesis 2:6

El concepto Ve’ed ya’aleh min-ha’aretz (וְאֵד יַעֲלֶה מִן־הָאָרֶץ): “Pero un vapor subía de la tierra”, que contiene la palabra “ed” (אֵד), “vapor” o “niebla”, nos proyecta esa energía espiritual que asciende desde el plano material hacia lo divino. Esta evaporación, vista desde la perspectiva del agua, nos reitera que nuestras oraciones se asemejan a ese vapor que asciende hasta los oídos del Creador, siendo una metáfora de lo que deben ser nuestras aspiraciones: aunque estamos enraizados en la tierra, debemos reconocernos como parte de lo divino.

Por su parte, la expresión Vehishkah et-kol penei ha’adamah (וְהִשְׁקָה אֶת־כָּל־פְּנֵי הָאֲדָמָה): “Y regaba toda la superficie del suelo”, al hacer referencia a “regar”, nos reitera esa transmisión de energía espiritual que nutre y da vida a todo lo creado. La tierra (adamah), como símbolo del alma humana, necesita ser “regada” o nutrida espiritualmente con la Palabra del Creador para florecer.

Este ciclo de vapor que asciende y luego desciende en forma de agua lo percibimos plenamente, pero a menudo obviamos que es la interacción continua entre lo espiritual y lo material lo que hace que ese vapor que asciende sea el reflejo de los esfuerzos espirituales humanos para integrarnos a Él a través de Su obra. Como respuesta, Él hace que la lluvia descienda. Este ciclo sugiere que nuestras acciones y oraciones tienen el poder de atraer la bendición y la energía divina hacia este mundo.

La palabra “ed” (אֵד), por su valor gemátrico de 5 (alef = 1, dalet = 4), nos presenta entonces esa gracia divina en cada uno de los niveles en los que se encuentra nuestra alma en su proceso de aprendizaje y crecimiento. Esta esencia y naturaleza espiritual humana nos expresa la capacidad que tenemos de elevarnos a través de esos diferentes niveles de conciencia espiritual.

El concepto de elevación, que nuestro ego a menudo confunde, puede llevarnos incluso a idolatrar a otras personas tan defectuosas como nosotros. Por ello, el acto de “regar” la tierra debe ser visto como recibir la influencia de la sabiduría divina que desciende para nutrir nuestras almas. El agua, como fuente de vida espiritual, purifica y nos revitaliza.

Cuando nuestro Señor Jesucristo se presentó como el agua de vida o la luz del mundo, nos estaba indicando que, aunque por su gracia nuestra salvación no depende de nuestros esfuerzos, sino del deseo de elevarnos acercándonos a Él, esto a su vez significa que nuestras intenciones, deseos, emociones, pensamientos, palabras, interacciones e interrelaciones, como ese “vapor” que asciende, deben alinearse con lo divino, irradiando esa respuesta espiritual que nutre nuestras almas, permitiéndonos crecer y florecer en todos los aspectos de nuestra coexistencia.

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