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Mi Parashá – Génesis 3:12

Regularmente respondemos al Creador como Adán, de forma equivocada, incluso inculpando a los demás, a Eva o al mismo Creador, por nuestras propias elecciones erradas en vez de reconocer no solo nuestro error, sino la necesidad de enmendar sus efectos. Todo esto ocurre porque seguimos retroalimentándonos de los frutos del árbol del conocimiento.

Es una tendencia humana, producto del pecado, evitar la responsabilidad personal y transferir la culpa a otros, asumiendo como reacción a nuestras equivocaciones el prolongarlas y, en algunos casos, magnificarlas. Es necesario que entendamos que, además de reconocer el error y buscar corregirlo, debemos asumir el acercamiento a la verdadera conciencia de unidad y de la conexión con la fuente divina.

Cuando Adán menciona a Eva como responsable de la caída, nos hace referencia a esa ruptura en la relación original de igualdad y unidad entre el hombre y la mujer, simbolizando que todo parte de esa fragmentación en la relación del ser humano con el Creador. Entonces, ese acto de acusación es simplemente el reflejo de suponernos aparte de todo y no parte de todo, asumiendo una conciencia particular que coexiste con nuestras inconsciencias y, por ende, promueve la interconexión de todas las cosas.

הָאָדָם (Ha-Adam), “el hombre”, por su valor gemátrico de 50, al relacionarse con el contexto מִי (Mi), “¿Quién?”, nos indica la necesidad de acercarnos a la sefirá biná (entendimiento) para que nuestra comprensión deje de mantenernos en la dimensión de las fallas y errores, y así asumir las responsabilidades originales al ser hechos a su imagen y semejanza.

El don del libre albedrío le permitió a הָאִשָּׁה (Ha-Ishá), “la mujer”, con un valor gemátrico de 310, asumir desde el concepto emanado de la sefirá Yesod (fundamento), que su conexión, así como la transmisión de la energía divina, estaba interrumpida. Mientras ella se aleja del fundamento, debe asumir sus culpas, responsabilidades y, por ende, la carga principal del pecado.

Esta tarea no puede entenderse como un castigo, sino como una mayor responsabilidad, fruto de sus enormes capacidades lumínicas. Así que el rol de las mujeres dentro de este mundo de la acción es arduo, ya que al ser dadoras de luz deben irradiarla especialmente en esos espacios donde hay más oscuridad. Por lo tanto, son ellas orientadoras de las relaciones humanas, influyendo en la reconexión con lo divino.

Adán, con su culpa, provocó que esta relación se debilitara, razón de fondo por la cual aún hoy nuestra parte masculina y femenina coexisten en confrontación, tal como sucede con nuestra acción y nuestra recepción. Pero todo ello debe entenderse como un llamado a corregir el desequilibrio, para que nuestras fuerzas internas puedan llevarnos a tomar decisiones que nos acerquen a nuestra esencia divina.

Responder a nuestros dones y habilidades es una de nuestras más grandes tareas, por lo que nuestras intenciones, deseos, emociones, palabras, interacciones e interrelaciones dependen de la forma en que asumamos estas, ya que tienen un impacto tanto en lo interior, para nuestra alma, como en lo exterior.

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