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Mi Parashá – Génesis 3:16

Quienes releen este tipo de versículos para fomentar el machismo y otras interpretaciones sesgadas y acomodadas a sus propias búsquedas egoístas, obvian que todos somos víctimas de las consecuencias del pecado original en el Jardín del Edén, pero también que todos somos favorecidos con la misericordiosa gracia del Creador para restaurarnos, lo que significa que debemos atender el dolor como un llamado de atención para redireccionar nuestras búsquedas.

Desde esa perspectiva, cada signo lingüístico nos ofrece la posibilidad de adentrarnos mucho más en el mensaje otorgado. Por ello, no puede entenderse a la mujer, “אשה” (ishá), eje central de la reflexión, tan solo como Eva, sino como la futura humanidad que recibiría de ella ese gen, esas mitocondrias, no para sufrir, sino para comprender que la receptividad y nuestro aspecto pasivo como especie son un insumo fundamental para recomponer la relación con lo divino.

“אשה” (ishá) tiene un valor numérico de 306 (Alef = 1, Shin = 300, Hei = 5), perspectiva que nos llama a integrar lo masculino de la creación con lo femenino de lo creado. Es por ello que la expresión “וְהוּא יִמְשָׁל-בָּךְ” (vehú yimshol bach, “y él se enseñoreará de ti”) no puede seguir usándose bajo la interpretación sesgada conveniente de cada quien.

En su metáfora, se nos proyecta más bien la lucha interna entre la naturaleza terrenal y la espiritual del ser humano, donde el “hombre” representa el lado racional que domina las pasiones, lo que significa que se nos pide no dejarnos controlar por las emociones inconscientes, que solo deben servirnos de indicadores conscientes de aquellos temas en los que necesitamos fortalecernos más.

Está claro entonces que el dolor es un llamado de atención para reorientar nuestros caminos hacia la luz y que, al multiplicarse ese llamado, se hace indispensable contar con el apoyo supremo para no convertirlo en un sufrimiento, una postura mental que ha deteriorado incluso nuestras interrelaciones históricamente.

Esta alucinación nos convirtió en quejosos e incluso débiles, sin el deseo de enfrentarnos y menos de superar todos los desafíos que se nos presentan a diario y que forman parte intrínseca de la escuela de la vida, lo que significa que tanto el dolor como el deseo constituyen insumos dentro de ese proceso de refinamiento espiritual.

El dolor no es un fin en sí mismo, sino un medio para el desarrollo y la evolución del alma. Es un llamado a despertar, a corregir y a elevarse hacia un estado de mayor conciencia y conexión con la divinidad. El enfoque cabalístico invita a interpretar el dolor como una guía hacia una vida más significativa y alineada con los principios espirituales.

Aceptar el dolor como una herramienta esencial para el crecimiento espiritual y la transformación interna evita calificarlo como un castigo arbitrario, ya que sus señales y mensajes nos indican que existe un desajuste fruto de nuestra desconexión con la voluntad divina.

El dolor, especialmente el corporal—ya que algunos de los mentales son inventados y disfrazados de sufrimientos—nos recuerda que algo en nuestro cuerpo no está funcionando bien y, por lo tanto, debemos corregir aspectos de nuestras vivencias que afectan todo nuestro ser.

Nuestra alma, al encontrarse en desarmonía con la luz divina, entiende el dolor como ese despertador que nos lleva a reflexionar sobre nuestras intenciones, deseos, emociones, expresiones, interacciones e interrelaciones, llevándonos a asumir decisiones que nos hacen reevaluar el camino de vida, alineándonos con lo sano y lo que nos genera bienestar.

Al liberarnos de tantos apegos y deseos egoístas, purificando nuestras intenciones y refinando nuestro carácter, el dolor, relacionado con la sefirá Guevurá, nos recuerda el juicio y la severidad divina para acogernos a su misericordia (Jesed), equilibrando y armonizando nuestras fuerzas internas.

Nuestro Padre Celestial es misericordioso y solo quiere nuestro bienestar, pero nos advierte de las consecuencias de nuestra desobediencia mientras nos pide, pese a que no lo escuchamos e interpretamos sesgadamente su voz a nuestro acomodo, lo que significa que seguimos multiplicando y prolongando nuestros males en vez de corregir nuestro rumbo.

Cualquier madre que da a luz da fe de lo poco que recuerda esas contracciones y dolores y sí de la suprema felicidad de saber que trajo a la luz una nueva alma que, además, se encargará de guiar por el mejor sendero como función principal, respetando con ello los acuerdos de un hogar en donde al hombre le toca luchar más contra el mal y a ella aportar todo el bien, que incluso significa su útero como recipiente de vida.

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