Mi Parashá – Génesis 3:20
Si tenemos claro que el término “חַוָּה” (Chavah, Eva) representa, sobre todo, el aspecto femenino que es la vida y, por lo tanto, nuestra vitalidad, no es difícil aceptar que se la llame “madre de todos los vivientes” y que nuestra consanguinidad directa proceda de ella. El rol de la mujer es fundamental en la creación y en la perpetuación de la vida.
Por lo tanto, Eva no puede seguir siendo juzgada como la culpable de nuestra caída, sino más bien como un símbolo de la capacidad de nutrir y sustentar, no solo físicamente sino también espiritualmente lo creado.
Ella representa el aspecto receptivo del ser humano, y aunque esta es parte de nuestra naturaleza, la de ser receptores de la luz, también somos dadores, irradiándola y transformándola.
La evolución espiritual, como proceso de elevación de lo material a lo divino, hace que “חַוָּה” (Chavah, Eva), por su valor numérico de 19 (Chet = 8, Vav = 6, Hei = 5), nos lleve a vislumbrar esas manifestaciones de la vida a través de la dualidad, ya no tanto como contrapartes sino como seres que se complementan, integrándonos en la fuente de toda vida, nuestro Creador.
El nombre “חַי” (chai, vida) tiene un valor numérico de 18 (Chet = 8, Yod = 10), que se asocia con la vida misma. Así, al ser Eva la portadora y transmisora de la vida, se convierte en el enlace supremo para comprender que no se trata solo de temas biológicos, sino que nuestra transformación y renovación, además de constante, es en esencia espiritual.
Partimos de un esperma y un óvulo que, fecundado en el vientre vasija de nuestras madres, posibilita dar a luz a un ser, lo cual como proceso nos llama al reconocimiento de la importancia de la vida y de la responsabilidad que todos tenemos de nutrir y proteger esa vida, tanto en el sentido físico como espiritual.
La vida es el gran don divino, lo cual nos motiva a participar activamente en la creación y el sustento de la vida en todas sus formas, trabajando hacia un mayor equilibrio y armonía en nuestras vidas, integrando lo material y lo espiritual en un todo coherente.
Nunca perdamos de vista que hay una conexión entre todos los seres vivos y, por lo tanto, nuestras acciones y decisiones tienen un impacto profundo en el mundo que nos rodea actualmente, pero también en el venidero. Esto nos inspira a valorar y respetar la vida en todas sus manifestaciones, reconociendo la divinidad que reside en cada ser viviente.