Mi Kabbala – Jeshván 8, 5785 – Sábado 9 de noviembre
¿Obedecer?
El Texto de Textos nos revela en Deuteronomio 6:4, “Oye, Israel: Jehová nuestro Creador, Jehová uno es. 5 Y amarás a Jehová tu Creador de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. 6 Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; 7 y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”.
El concepto de Berajot (ברכות), o bendición, nos enseña que nuestra actitud desobediente no solo nos aleja del Creador, de Su guía y cuidado, sino también de nosotros mismos, generando relaciones conflictivas que contrarían el propósito de unas leyes humanas que, ante nuestros errores, aplican castigos para llamarnos a la corrección, ojalá guiados por Su Palabra. Esta Palabra reconoce nuestro libre albedrío, pero también nuestra incapacidad para cogobernarnos, proyectando en nosotros intenciones y deseos que muchas veces queremos colorear de bendiciones terrenales, sin serlo realmente.
Aunque en nuestras oraciones clamemos por Su guía, lo cierto es que debemos obedecerle con todo nuestro corazón y alma, asumiendo Sus preceptos en todos nuestros actos. Shemá (שְׁמַע), el “oír”, implica reconocer la importancia de Su Palabra y de ser guiados por ella. Esto exige llevar a la práctica aquello que releemos, pero no aplicamos, por seguir distraídos en nuestras búsquedas y expectativas, sin comprender que no existe mayor bendición que escucharle y vivir con Fe, entendiendo que todo lo que nos sucede en el día a día está orientado a nuestro crecimiento integral.
Al escuchar Su Palabra y dejarnos guiar por esos preceptos, evitamos continuar bajo la influencia de la desobediencia en el Jardín del Edén, y accedemos ahora a los frutos del Árbol de la Vida: de nuestro Señor Jesucristo, quien nos llama a no escondernos como hicieron Adán y Eva al oír (vaishmeu) Su voz. En lugar de eso, nos invita a confiar plenamente, a amarle, lo cual se traduce en obedecerle y dejar de alimentarnos de esos otros frutos (פֶּ֫רִי) que solo llenan nuestro ser de mayor oscuridad, desorden y caos.
La desobediencia produce miedo (yare, ירא), un temor que difiere del respeto reverencial y profundo que inspira el verdadero temor de Dios, y que, en lugar de alejarnos, nos llena de confianza y paz, alimentándonos y guiándonos con Su Luz. Esta Luz nos ayuda a evitar falsas ilusiones y búsquedas mercantiles con las cuales solo continuamos ofendiéndole cada vez más, idolatrando cosas, personas y situaciones que poco tienen que ver con Su Divinidad y Su guía amorosa.
El profeta Elías (אֵלִיָּהו, ēliyahū) temió ser asesinado por Jezabel y huyó, dejando de confiar plenamente en el Creador. Esto nos recuerda, como creyentes, la importancia de no dejar de escucharle, es decir, de leer Su Palabra y orar por la guía del Espíritu Santo. Es esta fe la que nos permite cumplir con el gran mandato de amar a nuestros próximos, nuestras vidas y, sobre todo, al Creador por encima de todas las cosas. Este precepto debería ser nuestra principal acción cotidiana, permitiéndonos así corregir nuestras vidas y deseos, obedeciendo y acercándonos a Su presencia, aunque constantemente nos contaminemos con los frutos del árbol del conocimiento del bien y del mal, que solo nutre nuestros deseos egocéntricos.
El Texto de Textos nos revela en Juan 14:23, “le contestó Jesús: —El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra morada en Él”.
Oremos para obedecerle y así demostrarle nuestro abnegado amor.