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Mi Parashà – Gènesis 3:19

Nuestra condición humana después de la caída, relacionada con la desconexión de nuestro estado original, donde coexistíamos en armonía con lo divino, no debe opacar que ese mismo polvo de la tierra contiene chispas divinas, átomos o partículas de Él. Esto nos indica que, aunque en dichas moléculas pareciera predominar el mal y la oscuridad, en el todo prolifera y reina Él.

Nos creó dándonos el libre albedrío, por lo tanto, respeta nuestra voluntad, advirtiéndonos siempre de los efectos de ir en contra de ella y del orden de lo creado. Así, el “sudor de nuestras frentes” simboliza el esfuerzo y la dificultad inherentes a la vida terrenal, entrelazados con el proceso de sustento y supervivencia, pero también con nuestro crecimiento al potencializar los dones que nos otorgó para superar todos los retos proyectados en este plano.

Contamos con las dificultades y desafíos que nos propone el mundo, pero también con las herramientas para superarlos. Además, Él nunca nos dejará solos, siempre y cuando se lo solicitemos y lo permitamos. Convertir esos retos en cargas es uno de nuestros mayores errores, ya que son oportunidades de crecimiento espiritual, gracias al trabajo y la lucha.

Aun conociéndonos, en su gracia, nos lo dio todo y, fruto de su misericordia, se humanó, pagó por nuestros pecados y errores, nos liberó del juicio pidiéndonos únicamente confiar en Él, lo que revela nuestra testarudez y perpetua desobediencia, con la cual lo despreciamos.

Nuestro cuerpo volverá al “polvo”, pero nos promete uno nuevo incorruptible siempre y cuando nos reformemos y transformemos, para que así esa naturaleza cíclica de la vida terrenal que termina con la muerte no termine absorbiéndonos eternamente. Nuestro paso por el mundo temporal solo denota, a través de nuestra fragilidad, la necesidad de protegernos en y por Él.

La palabra “עָפָר” (afar, “polvo”) y su valor numérico de 350 (Ayin = 70, Pe = 80, Resh = 200) nos hablan de la búsqueda de transformar esa materialidad, que incluso se dice conforma a todos los astros, como las estrellas, para elevarla más allá de este universo oscuro. Por lo tanto, el término “לֶחֶם” (lechem, “pan”) y su valor numérico de 78 (Lamed = 30, Chet = 8, Mem = 40) nos indican que Él es nuestro sustento diario, que Él es quien nos nutre, que no necesitamos más, y que como pan de vida retroalimenta nuestra alma.

Nuestros esfuerzos conscientes y espirituales no deben ser solo por nuestros alimentos diarios temporales, sino para encontrarnos con la dignidad y el valor del esfuerzo honesto que nos acerque nuevamente a Él, y que, fruto de esa autosuperación y del cumplimiento de sus mandatos, nos lleve más allá de ese memento mori, que como llamado nos reitera que el tiempo se termina, al igual que las oportunidades de acercarnos voluntaria y conscientemente a Él.

La conciencia de nuestra mortalidad nos impulsa a hacer un uso significativo de nuestro tiempo en la Tierra, en pro de acercarnos a Él a través de esta su obra, fe que implica, ante todo, dedicarnos más que a actividades que nos provean sustento, el cual Él nos otorgó desde que nos creó, a la búsqueda de frutos que nos nutran integral y espiritualmente.

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