Mi Parashá – Génesis 3:24
Al separarnos del estado de pureza y plenitud que simboliza el Jardín del Edén, y siendo expulsados como consecuencia de nuestra desobediencia, entramos a depender de nuestro libre albedrío, esa capacidad humana de tomar decisiones, las mismas que, curiosamente, históricamente nos han alejado del Creador.
Sin embargo, no quedamos totalmente desconectados del mundo espiritual, que es un todo, y por ello, incluso en nuestro plano, se habla de la influencia de ángeles, demonios y otros seres celestiales, que cumplen un rol dentro de la estructura espiritual del universo.
Los ángeles (malajim en hebreo) son considerados mensajeros del Creador, encargados de hacer cumplir su voluntad en el mundo material. Al ser de pura luz, creados por Él, cumplen tareas específicas, ya sea en los cielos o en la tierra, a través de funciones particulares que dependen exclusivamente de la voluntad divina.
Se habla de jerarquías dentro de ellos según su cercanía con la divinidad, y aunque se describen dentro de diez órdenes correspondientes a las diez sefirot del Árbol de la Vida, lo cierto es que los ángeles más elevados o los serafines, que interactúan más directamente con el mundo físico, cumplen un rol dado por el plan del Creador.
Se cree que cada sefirá tiene ángeles asociados que llevan a cabo su función específica en el universo. Por ejemplo, el arcángel Miguel (Mijael) se asocia con la sefirá de Jesed (misericordia), mientras que el arcángel Gabriel se asocia con Guevurá (rigor).
Por otro lado, están los demonios (shedim), que son considerados fuerzas de destrucción y caos, ya que emanan de las fuerzas negativas que existen en el universo. A menudo, están asociados con la “cáscara” (kelipah), que es la cobertura o la impureza que se adhiere a lo santo.
Aunque pueden calificarse como negativos, los demonios tienen un papel en el equilibrio cósmico, permitiendo que el libre albedrío y la justicia existan en el mundo. Se dice que fueron creados como resultado de la caída del hombre, producto de ciertas energías no equilibradas en el universo dentro del espacio contraído. Por ello, habitan en los planos más bajos de la realidad y, aunque pueden influir en el mundo físico, causando tentaciones, enfermedades y otras formas de dolor, siempre se mantienen bajo el orden universal y la voluntad divina.
Samael es un ángel con una dualidad interesante, ya que, aunque se describe como un ángel caído o un demonio, otros lo consideran un ángel que actúa como acusador en el tribunal celestial, cumpliendo el papel de tentador y ejecutor de castigos divinos.
También se habla de Lilith, a quien algunos representan como la primera esposa de Adán que se rebeló contra él. Sin embargo, esa personificación de la oscuridad y la seducción, al igual que Satanás, simplemente se asocia a la esfera de la kelipah, representando la tentación y el peligro que acechan al ser humano cuando se desvía del camino espiritual.
Todos los seres celestiales, incluidos los conocidos como Metatrón, el ángel más alto y el escriba celestial que registra todos los actos del hombre, cumplen un rol. Este actúa como mediador entre el Creador y la humanidad, y es conocido como el “Príncipe de la Presencia”. Algunos lo confunden con nuestro Señor Jesucristo, quien para los creyentes conforma la Trinidad a través de la cual se nos manifiesta el Creador.
Finalmente, el ángel Raziel, conocido como el ángel de los misterios y secretos, entregó a Adán un libro lleno de sabiduría divina, conocido como el “Sefer Raziel HaMalach”, que contiene secretos profundos sobre la creación y el funcionamiento del universo.
Así que si hay querubines con una espada encendida guardando el camino al árbol de la vida, todos ellos nos hablan de la importancia de la protección divina, a la cual se nos impide un acceso directo por los secretos más profundos del conocimiento divino cuando la humanidad no está preparada para ellos.
Es por ello que la espada encendida, que se revuelve constantemente, simboliza la dinámica continua del juicio divino y la necesidad de un equilibrio perfecto entre el amor (Jesed) y el rigor (Guevurá). Siendo el árbol de la vida nuestro Señor Jesucristo, es la conexión directa con la divinidad y la fuente de la vida eterna.
La palabra “כְּרוּבִים” (keruvim, “querubines”) tiene un valor numérico de 278 (Kaf = 20, Resh = 200, Vav = 6, Bet = 2, Yod = 10, Mem = 40), por lo que esa energía protectora es, al mismo tiempo, una responsabilidad que implica acceder al conocimiento sagrado. Por ello, la palabra “לַהַט” (lahat, “espada encendida”), con su valor numérico de 438 (Lamed = 30, Hei = 5, Tet = 9), refuerza la idea de una energía intensa y purificadora, necesaria para proteger el camino hacia la inmortalidad y la vida eterna.
Somos los seres humanos quienes hemos creado barreras en nuestro camino hacia la plenitud espiritual al desobedecer, por lo que debemos recuperar el estado de gracia que se perdió, enfrentando todos esos obstáculos en nuestro viaje espiritual, los mismos que se superan gracias a la fe en nuestro salvador y guía, el árbol de la vida, que nos llama a una transformación interna para poder redimirnos.