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Mi Parashá – Génesis 3:5

Para interpretar este versículo desde una perspectiva más amplia, es útil comenzar reflexionando sobre los valores numéricos que la gematría asigna a las palabras: אֱלֹהִים (Elohim): Valor numérico 86, טוֹב (Tov, Bien): Valor numérico 17, רָע (Ra, Mal): Valor numérico 270 y עֵינֵיכֶם (Eineikhem, Vuestros ojos): Valor numérico 346. Gracias a los equivalentes que nos proporcionan estas cifras, podemos realizar un análisis de otras expresiones que, teniendo el mismo valor gemátrico, son fundamentales para entender la enseñanza bíblica.

Nuestra actual conciencia es dual, ya que se alimentó del árbol prohibido, lo que hace que nuestras visiones sobre la vida contengan esa transgresión que no logra compenetrarse plenamente con el orden divino. Esa dualidad es el eje central de nuestras perspectivas de vida, por lo cual nuestro libre albedrío vive en una constante lucha con dichas fuerzas para alcanzar su equilibrio.

El concepto de “עֵינֵיכֶם” (Eineikhem, “vuestros ojos”) nos lleva a comprender que debemos ir más allá de nuestros sentidos para abrir nuestra percepción, ya no al reflejo de la luz solar, sino al de la luz divina, fuente primaria que hace que todos los astros la reflejen. Esa apertura espiritual a las dualidades del bien y del mal, que no se habían experimentado hasta que esa semilla fue introducida en nosotros, generó toda una transformación e incluso involución que hoy debemos reparar.

Para volver a estar en la armonía divina, siendo parte del equilibrio de todas las fuerzas, “אֱלֹהִים” (Elohim) debemos consumir del fruto del Árbol de la Vida, que hoy cuidan los querubines, hasta nuestro retorno, de la mano de nuestro Mesías, quien es el único que puede ayudarnos a superar la influencia de estos campos electromagnéticos que contaminan nuestra voluntad y nos llevan a percibir la complejidad de la creación, esas fuerzas duales, pero no la naturaleza de la justicia divina.

El valor gemátrico de “עֵינֵיכֶם” (346) nos lleva a la raíz “ענן” (Anan, nube), que tiene un valor de 120, para que aceptemos ese estado de confusión u ocultamiento, que contiene una revelación gradual, siempre y cuando no sigamos inclinándonos a percepciones que nos alejan de Él y nos quitan la claridad necesaria para atenderle y entenderle.

Y aunque podríamos seguir tomando otras referencias de la gematría y sus simbolismos para que, con la palabra “אֱלֹהִים” con un valor de 86, que se puede descomponer en 8 (chet) y 6 (vav), logremos asociar estos conceptos a otros términos como vida (chai), es importante comprender que nuestro sesgo sensorial, que nos mantiene presos del conocimiento del bien y el mal, puede llevarnos a una apertura gracias a un vínculo más íntimo, en donde además visionemos las consecuencias de nuestras decisiones, siempre teniendo en cuenta nuestra relación con lo divino.

Al abrir los ojos, Adán y Eva no solo adquirieron la capacidad de discernir, sino que también asumieron la responsabilidad de sus acciones. Este conocimiento dual del bien y del mal es tanto un don como una carga, que nos permite participar en el diseño de nuestro destino, al mismo tiempo que nos expone a las consecuencias de la desobediencia. Así que depende de nosotros acercarnos o alejarnos de la unidad con lo divino.

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