
Mi Parashá – Génesis 4.16
La separación final de Caín de la presencia divina, simbolizada por su exilio espiritual, representa nuestra desconexión de la fuente de vida y de su luz. Este acto de “salir de la presencia del Señor” debe interpretarse como una metáfora de nuestra ruptura del vínculo con lo divino, lo que nos lleva a un estado de alienación y soledad espiritual.
La “tierra de Nod”, que en hebreo significa “errante”, simboliza un estado de desarraigo y pérdida, donde uno está constantemente en movimiento sin encontrar un hogar o un propósito estable. Mirar hacia el “oriente de Edén” sugiere que, aunque Caín ha sido expulsado, aún se encuentra relativamente cerca del Jardín del Edén, el lugar de la presencia divina.
Aquellos que entienden a Jerusalén como el punto de encuentro o escalera hacia el Edén nos reiteran que no estamos completamente expulsados y que el Edén sigue a nuestro alcance para nuestra redención, gracias a la misericordia divina. Por ello, “נוֹד” (Nod), con un valor numérico de 50, se asocia con la idea de libertad y con conceptos de movimiento y cambio.
La libertad de Caín, aunque también conlleva una condena a una existencia de errancia, sin raíces ni estabilidad, le ofrece como esperanza el “עֵדֶן” (Edén), con un valor numérico de 124, que simboliza la delicia y la proximidad con Él, para que no pierda su mirada hacia el oriente, hacia el Edén, un lugar en la periferia de la santidad, donde aún existe la posibilidad de retorno o reconexión con lo divino.
Nuestro exilio es tanto físico como espiritual, y nuestra errancia y desorientación nos invitan a mantener nuestra esperanza hacia ese Edén. Nuestra fe nos ayuda también a comprender los efectos de las consecuencias de nuestras acciones, que pueden llevarnos a un estado de alejamiento de lo sagrado.
Aunque podemos experimentar períodos de errancia y desorientación, siempre existe la posibilidad de volver a conectarnos con lo divino. Por ello, la “tierra de Nod” debe ser vista como un estado de transición, un momento en el que estamos llamados a encontrar nuestro camino de regreso al equilibrio y la paz espiritual, gracias a nuestra fe en Jesucristo, nuestro Señor.
Estamos llamados a retornar a nuestro estado original, a la resurrección después de la muerte física, a la que podemos acceder gracias a esa fe y la guía del Espíritu Santo.