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Mi Kabbala – Jeshván 29, 5785 – Sábado 30 de noviembre del 2024.

¿Muerte?

El Texto de Textos nos revela en Isaías 57:1, “perece el justo, y no hay quien piense en ello; y los piadosos mueren, y no hay quien entienda que de delante de la aflicción es quitado el justo. Entrará en la paz; descansarán en sus lechos todos los que andan delante del Creador”.

La Biblia nos advierte que la muerte, mavet (מות), entendida como un sueño, implica terrenalmente el paso de un estado a otro: un renacer espiritual para aquellos que así lo han asumido en vida durante este tránsito terrenal temporal. Esto nos incita a comprender que, si seguimos caminando egoístamente en la dimensión de los engañosos deseos, sueños e ilusiones efímeras —aquellos que nos llevan a centrarnos solo en pedir y recibir- no creceremos integralmente. Probablemente terminaremos cruzando ese umbral sin alcanzar ese nivel superior celestial donde nos espera nuestro Padre.

El plan creador de Él es perfecto, como lo son su majestad y esplendor (hod, הוד). Todo ello nos aguarda, razón por la cual debemos corregir a diario una serie de comportamientos revestidos de equivocaciones pecaminosas, que nos desorientan. Nuestro objetivo debe ser crecer a través de caminos que nos integren al Creador, evitando permanecer desconectados y separados. De lo contrario, seremos fragmentos que habitan en el caos, desperdiciando la oportunidad de trascender la muerte —que nos llama constantemente— como un descenso espiritual, y transformarla en la vida eterna junto a Él.

La caída, seol (שאול), que algunos identifican como el infierno, representa un espacio donde quizás se reconozca con mayor claridad nuestra lejanía y oscuridad, así como aquello que está mal, incorrecto o incoherente. Sin embargo, todo cumple un propósito de bien, si así decidimos percibirlo. Este escenario nos invita a ascender espiritualmente, asumiendo que es el deseo de otorgar, de dar, y de integrarnos lo que nos devuelve al paraíso o Edén, entorno que simboliza nuestro estado de perfección al lado de nuestro Padre y Creador.

Lázaro (Elʻāzār, אלעזר), cuyo nombre significa “el ayudado”, nos llama a superar ese inconsciente donde la muerte nos amedrenta, en gran parte debido a tradiciones milenarias confusas, más centradas en el juicio final que en nuestro Salvador y Señor Jesucristo. Él es el único que nos permite redireccionar nuestros caminos. Por ello, como creyentes conscientes de los efectos de la desobediencia, debemos orar solemnemente por aquellos que predican ritos frente a panteones, alumbrando sus penumbras con velas. Nuestra tarea es buscar, mediante nuestras plegarias, el perdón para todos.

La muerte, mavet (de la raíz mwt), nos habla de la ira del Creador, una dimensión donde todo cambiará y su misericordia se convertirá en juicio. Por tanto, no dejemos todo para ese momento final. Asumamos su llamado a retornar al lugar que nos fue predestinado desde la Creación, del cual nos alejamos voluntariamente como consecuencia de nuestro ego desobediente. Este ego no debe seguir guiando nuestros pasos, pues, de lo contrario, nos distanciaremos aún más de esa luz redentora,  גְּאֻלָּה, gue’ula, que nos invita constantemente a reintegrarnos a la vida eterna.

El Texto de Textos nos revela en I de Tesalonicenses 4:15, “por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. 16 Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta del Creador, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero”.

Oremos para que no seamos muertos en vida. 

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