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Mi Parashà – Génesis 4:11

La maldición pronunciada por la voz del Creador, tal como se lee en este versículo, simplemente nos recuerda que “la tierra” se abre para recibir la sangre, lo cual representa una fuerte ruptura no solo con Él, sino también con ese polvo de la tierra del cual fuimos tomados; por ende, esta ya no compartirá con nosotros su vitalidad y fuerza.

Lo material también nutre y sostiene la vida, por lo que esa maldición nos indica que estamos desconectados de la tierra como fuente de sustento, llevándonos a espacios de infertilidad y dificultad. La manifestación del desequilibrio que Caín trajo al mundo a través de su acto explica que la misma tierra será testigo, pero no cómplice, del primer derramamiento de sangre.

Esta maldición indica que las acciones de Caín han perturbado el orden natural y espiritual, y que su vida, a partir de ahora, estará marcada por la alienación y la dificultad en su relación con el mundo material. Esta desinformación permanece en nosotros y debemos atenderla para corregir todo lo que ella significa y reproduce.

La palabra “אָרוּר” (arur – maldito) tiene un valor numérico de 407 y, al relacionarse con la idea de juicio severo y separación, refleja la gravedad del castigo que enfrentamos como herederos de Caín. Por lo tanto, esta tierra “הָאֲדָמָה” (ha’adamah), cuyo valor numérico es 50, requiere de nuestra redención a través de nuestro jubileo.

Por ello, la tierra misma representa esa esperanza de redención en un futuro, lo que nos llama a dejar de romper el equilibrio natural y espiritual del mundo para que esa maldición no siga teniendo un impacto profundo, tanto en nuestras vidas como en el mundo que nos rodea. Nuestra ruptura con el orden natural es la única responsable de nuestras dificultades y alienaciones con las fuerzas del mal.

Son nuestras intenciones, deseos, palabras, pensamientos, emociones, interacciones e interrelaciones las que generan esa desconexión con lo que nos sustenta y nos nutre. Por ello, la maldición de la tierra es también un llamado a la responsabilidad personal, a ser conscientes de cómo nuestras decisiones afectan a nuestro entorno y de la necesidad de buscar la reconciliación y la redención en nuestras vidas.

Aunque puede parecer contradictorio que un Creador bondadoso y misericordioso maldiga, lo cierto es que esa expresión de enojo y desaprobación es un llamado a entender los efectos dentro del orden universal por alterar el flujo natural de la energía divina.

Cuando se maldice a alguien, desde esta perspectiva divina (a diferencia de la humana), se le está recordando que ha desviado y bloqueado la energía positiva que reproduce armonía en lo creado. Esto genera un estado de desequilibrio espiritual que afecta tanto al que maldice como al maldecido.

Al recordarle a Caín su desconexión con Él como fuente de vida, le está advirtiendo sobre los efectos de desencadenar esas fuerzas negativas, cuyas consecuencias afectan no solo el físico sino también la armonía espiritual. Por ello, esa maldición debe ser entendida como una forma de exilio espiritual, donde Caín queda más que aislado del flujo positivo de energía.

Entender que formamos parte, como masa crítica, de un equilibrio cósmico implica reconocer que el universo opera en un delicado estado de armonía entre las fuerzas espirituales. Así que, al romper este, se maldice, interfiriendo en ese equilibrio, lo que lógicamente tiene repercusiones en diferentes niveles de la existencia.

La palabra “maldecir”, “קלל” (kalal), con un valor numérico de 160 (ק = 100, ל = 30, ל = 30), nos da la idea de que el juicio, la severidad y la separación deben armonizarse con la misericordia y la bondad, lo cual significa que la energía positiva fue restringida o desviada por quien no respetó el orden universal.

Este proceso es generado por los seres humanos con nuestra desobediencia, pudiendo maldecir incluso con nuestras expresiones, que terminan atrapándonos en esos ciclos de energía negativa y desconectándonos aún más de ese equilibrio, lo que afecta principalmente nuestro ser interior y nos lleva a la autodestrucción.

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