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Mi Kabbala – Jeshván 24, 5785 – Lunes 25 de noviembre del 2024

¿Anhelos?

El Texto de Textos nos revela en I de Reyes 8:27, “Pero, ¿morará verdaderamente el Creador sobre la tierra? He aquí, los cielos y los cielos de los cielos no te pueden contener, cuánto menos esta casa que yo he edificado”.

El concepto de deseo (חשק, jéšek), entendido como impulso, etimológicamente nos invita a movernos dentro de una dimensión egoísta de ficción, casi estática, que intenta esclavizarnos a su ociosidad. Esta misma actitud nos lleva a anhelar recibir sin méritos ni esfuerzo, buscando placeres sin un propósito ni acciones que los respalden. Y, aunque sabemos que es la acción, como impulso motor de la vida, la que anima al mundo y lo pone en movimiento, a menudo sucumbimos a una serie de imaginarios disfrazados de sueños, los cuales convierten nuestras búsquedas en insatisfacción y nos sumen en una infelicidad hedonista. Este enfoque contrasta con la invitación divina de dar, de servir, y de encontrar propósito en el altruismo.

La semántica del deseo, vinculada a lo finito, lo necesario, lo temporal y las prioridades de un modelo de vida inquieto, nos arroja perspectivas difíciles de desentrañar. Esto ocurre porque anhelamos vivencias egoístas, una realidad que debemos replantear a través de un lenguaje que nos acerque a una espiritualidad más elevada. Esta espiritualidad nos invita a integrarnos al movimiento del Creador, a ser parte de su obra y a dejar atrás las intenciones que nos separan de ese estado de plenitud que debe convertirse en nuestro deseo trascendente: Kavaná (כַּוָּנָה), es decir, la intención profunda y dirigida hacia lo divino.

Quizá por esto Miryam (מרים), como hermana de Moisés, nos enseña a cuidarnos de algunos deseos que, siendo finitos y limitados, no logramos interpretar completamente producto de esa realidad sesgada que le damos a nuestro lenguaje. Los sesgos de nuestras intenciones y deseos egoístas nos distraen de lo que Él nos revela, recordándonos que somos sus hijos. Esta distorsión mental alucinante llena nuestra mente de dudas y quejas cuando nuestras expectativas egocéntricas no se cumplen. Así, reproducimos desilusiones y decepciones que perpetúan un ciclo de insatisfacción.

Estamos en un Egipto metafórico, Mitzráim (מִצְרַיִם), símbolo de estrechez y limitación, lo que nos obliga a establecer límites y priorizar intenciones que nos acerquen al Creador. Su obra nos invita a reconectarnos con su Espíritu, alejándonos del vacío existencial terrenal que alimenta un egoísmo insaciable. Sensación incoherente que busca consumir sin propósito, ignorando que la tierra y su naturaleza nos proveen todo lo necesario y que solo Él puede llenarnos plenamente, razón de peso para que sabiéndonos habitantes de la tierra nos propongamos vivir, pero para cumplir el deseo de unidad celestial.

Él debería ser nuestro único deseo. Su obra, su misericordia y su amor deberían colmar nuestras vidas y transformar nuestros imaginarios hacia pensamientos y conceptos que nos satisfagan. En lugar de juzgarnos y descalificarnos, debemos aceptar los conflictos como una oportunidad para cualificarnos. Así alcanzaremos ese estado pleno de eternidad que transforma nuestra materialidad en una intención alineada con el fluir del Creador y la vibración, רטט, ratat, de su Palabra.

El Texto de Textos nos revela en Romanos 11:33, “¿Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!”

Oremos para que nuestro ser finito se entienda como un Espíritu infinito.

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