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Mi Parashà – Génesis 4:13

Al reconocer la gravedad de nuestro pecado, el original generado por Adán, podemos someternos a la gracia dada también por un hombre: nuestro Señor Jesucristo, el segundo Adán, quien se humanó para rescatarnos y pagar por este. Esto nos llama no solo a alabarle, sino a un teshuvá (arrepentimiento), que significa que por fe estamos decididos a retornar al camino, la verdad y la vida.

Caín reconoció su “culpa”, pero prefirió cargar con ella, cuando Él nos ofrece llevarla para perdonar la transgresión generada. Desde la gematría, la culpa, “עֲוֹנִי” (avoni), con un valor numérico de 136, comparte significados con el concepto “עָוֹן” (avon), “pecado” o “iniquidad”, incitándonos a revisar nuestra profunda desviación del camino recto y a enfocarnos en esa Luz que nos ofrece nuestra redención.

Aunque tenemos una responsabilidad personal con la que cargamos, Él nos la alivia, pero espera de nosotros que finiquitemos conscientemente todos esos actos incorrectos que traen complejas consecuencias para nuestras vidas. Caín reconoció que su culpa era demasiado grande para ser soportada, y aunque nosotros no lo hagamos, hemos perpetuado esa desesperanza al desconocer el mensaje salvador de nuestro Señor Jesucristo.

No podemos asumir las consecuencias del pecado original, pero sí las de nuestras acciones. Debemos buscar el camino de la reparación y el perdón que Él nos ofrece. No se trata solo de reconocer nuestras fallas, sino también de entender que, al reconocer nuestras culpas, solo Él puede quitarnos esa carga, transformándonos y ofreciéndonos la oportunidad que significa Su amor.

Aquellos que incluso hablan de esa fe pero siguen transgrediendo las leyes divinas, como Caín, solo ofrendan ilusiones. Viven en la distorsión y desequilibrio que generan las fuerzas que, aunque interconectadas y fluyendo desde el Ein Sof (el Infinito), nos aportan unas cargas más que otras, dependiendo de nuestros canales perceptivos. Este desequilibrio nos hace vivir a oscuras, de espaldas a Él, en nuestro caos, desorden y pecado.

Al alejarnos de Su voluntad, nos hacemos parte de ese desequilibrio en las fuerzas espirituales, lo cual nos afecta directamente, pero también al conjunto de seres con los que coexistimos, fruto de la ruptura en el flujo armonioso de la energía divina. El pecado “rompe” y “desgarra” dicha armonía universal, por lo cual el proceso de teshuvá (arrepentimiento) es esencial para restaurar esa armonía.

Sin embargo, Él era consciente de que la única manera de una restauración plena era vencer esa ruptura que nos lleva a la muerte. Para ello, el pecado solo tenía una vía de redención: humanarse y someterse como culpable a sus efectos. Esta gracia nos llama a alejarnos de nuestras decisiones erradas, buscando armonía en nuestras vidas, corrigiendo nuestros errores a través de la introspección, la oración y el arrepentimiento, para realinearnos con Él.

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