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Mi Parashá – Génesis 4:20

Así como el concepto de conocimiento nos habla de intimar con la sabiduría divina, el de “dar a luz” va más allá de traer un hijo al mundo, ya que forma parte de la manifestación de nuestras potencialidades, permitiéndonos traer nuevas realidades a este mundo. Es un acto de creación que, aunque puede verse como biológico, nos permite manifestar ideas, proyectos y energías en el mundo material.

Este acto es, en realidad, una emulación del acto creativo divino, por lo que no solo nos hizo a Su imagen, sino que nos permitió procrear. De allí que damos a luz, además de hijos, ideas, proyectos, y participamos en el proceso divino de creación. Somos co-creadores; así que, al dar a luz como manifestación, creamos un flujo de energía divina que se manifiesta en el mundo.

Este proceso también está relacionado con la idea de que esas nuevas luces llenen y rehagan la unidad que se fragmentó parcialmente para crearnos. Incluso, al dar a luz לֵדָה (ledah), con un valor numérico de 39, esa manifestación denota nuestros potenciales ocultos, permitiendo que esas nuevas almas y su conjunto de potenciales complementen la obra creadora, realizándose gracias a la vida y llevando las cualidades espirituales de un estado de latencia a uno de realidad tangible.

Este es un proceso de transformación y transición de lo no manifestado a lo manifestado, relacionado con el concepto de “Mazal” (suerte o destino), que lleva a la luz un proceso físico alineado con el destino y el propósito divino. La suma de nuestros nombres refleja esas circunstancias o cualidades espirituales que debemos desarrollar.

El acto de dar a luz, desde la perspectiva cabalística, nos invita a reflexionar sobre cómo nosotros también participamos en el proceso divino de creación. No solo en el sentido de procrear hijos, sino en cada acción que realizamos para traer nuevas ideas, proyectos y energías al mundo. Este concepto nos recuerda la importancia de ser conscientes de nuestras capacidades creativas y cómo nuestras acciones pueden tener un impacto profundo en la realidad.

En nuestra vida diaria, dar a luz puede ser entendido como un proceso continuo de creación y manifestación, que nos desafía a pensar en lo que estamos “dando a luz” en nuestras vidas: ideas, proyectos, relaciones o incluso versiones mejoradas de nosotros mismos. Todo esto nos enseña que cada acto de creación es sagrado y que debemos tratar cada nuevo “nacimiento” en nuestras vidas con reverencia y propósito.

Así que cada nombre nos enseña y nos identifica con algo. El nombre יָבָל (Yaval), relacionado con la palabra “yovel” (jubileo o trompeta) en hebreo, sugiere un vínculo con el concepto de liberación o anuncio. Por ello, al ser denominado como el “padre” de los que habitan en tiendas y crían ganado, en lugar de los que construyen ciudades, nos denota que él fue pionero en establecer modos de vida que requerían movilidad y mayor integración con los recursos naturales.

El valor numérico de 42 en este término siempre se asociará a viajes o trayectorias, pero más de carácter espiritual, como lo demuestran las 42 estaciones en el desierto por las que pasó el pueblo de Israel, lo que refuerza la idea de que Jabal nos legó la necesidad de habitar en el ámbito material, pero buscando lo espiritual.

Las tiendas (אֹהֶל, “ohel”) y el ganado (מִקְנֶה, “mikneh”) nos denotan lo transitorio y su confrontación con lo permanente, por lo que esa vida nómada nos recuerda que somos parte de una temporalidad, mayordomos de la tierra, y que solo podemos disfrutar de ella. Además, el ganado, que proporciona sustento, es para algunos símbolo de abundancia, pero para otros representa el concepto trascendental de estabilidad.

El valor numérico de אֹהֶל (Ohel), 36, nos reitera que en el mundo el Creador siempre mantendrá por lo menos 36 “tzadikim” (justos), seres que, aunque ocultos en nuestras cotidianidades, realmente sostienen el mundo. Esto implica que habitar en tiendas tiene un aspecto sagrado, relacionado con la humildad y la espiritualidad.

Por su parte, el concepto מִקְנֶה (Mikneh), con un valor numérico de 195, asociado a posesión y abundancia, habla de dicha actividad como una gestión y multiplicación de recursos, que no son solo físicos o mentales, sino sobre todo espirituales. Es indispensable alcanzar un equilibrio entre lo temporal y lo permanente, entre lo material y lo espiritual.

Al ser conscientes de lo transitorio y lo permanente en nuestras vidas, podemos comprender cómo nuestras acciones en el mundo material reflejan nuestra trayectoria espiritual. Esto nos llama a ser pioneros en nuestra propia vida, manejando sabiamente nuestras posesiones y responsabilidades espirituales.

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