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Mi Parashá – Génesis 4:23

Este versículo nos devuelve a Lamec y su lado oscuro y complejo, lo cual se refleja en sus palabras, una mezcla de justificación y lamento. Esta confesión, al igual que la de Caín, nos habla de un acto violento que simboliza nuevamente esa lucha interna que enfrentamos entre nuestras fortalezas y la responsabilidad de usarlas correctamente.

La manifestación de Gevurá (fuerza) mal dirigida resulta en desequilibrio y caos. Lamec reconoce el poder destructivo de sus acciones y parece estar reflexionando sobre las consecuencias. Los dos actos de violencia: uno contra un “hombre” y otro contra un “joven”, simbolizan diferentes niveles de daño o impacto, tanto físico como espiritual.

Esto refleja cómo las acciones negativas tienen repercusiones múltiples, afectando tanto al perpetrador como a su entorno. Aunque Lamec parece justificar sus acciones, también hay una interpretación que sugiere que está comenzando un proceso de arrepentimiento. Al dirigirse a sus esposas, parece pedir que escuchen y comprendan su dolor y conflicto interno.

El nombre Lamec y su valor numérico de 90, asociados a la sefirá de Yesod (base o fundamento), también nos llama a la corrección de desequilibrios, sugiriendo que Lamec representa una fuerza que necesita ser equilibrada y dirigida correctamente. Por ello, la expresión הָרַגְתִּי (Haragti, “he matado”), con un valor numérico de 612, que es solo seis menos que 618, valor de la palabra “Torá”, nos sugiere que el acto de matar es una desviación de la ley divina y requiere un retorno a la enseñanza de la Torá para rectificar el desequilibrio causado.

Las otras expresiones, פִצְעִי (Fiz’i, “mi herida”) y חַבֻּרָתִי (Chaburati, “mi golpe”), enfatizan la respuesta a un daño sufrido, lo que debe interpretarse como un ciclo de causa y efecto que debe ser roto a través del entendimiento y la corrección espiritual. Como herederos de Caín y Lamec, tenemos la oportunidad diaria de reflexionar sobre las consecuencias de nuestras acciones, especialmente cuando estas son impulsadas por la ira o el deseo de venganza.

Lamec representa a alguien atrapado en un ciclo de violencia, que comienza a darse cuenta del impacto de sus acciones. Aunque podemos justificar nuestros actos, el verdadero crecimiento espiritual comienza cuando reconocemos la necesidad de corregir y equilibrar nuestras energías. Esta introspección y arrepentimiento, a través de la oración, nos llama a revisar nuestras reacciones emocionales y cómo nuestras acciones pueden tener un impacto duradero en nosotros mismos y en los demás.

La clave está en romper el ciclo de reacción y venganza, buscando en su lugar el camino del Tikkun (rectificación) y la reconciliación, tanto con nosotros mismos como con los demás. La venganza, vista desde estas perspectivas, no es simplemente una reacción emocional a una ofensa, sino que puede tener consecuencias graves en el equilibrio espiritual de la persona y del mundo.

La venganza נְקָמָה (Nekamá), con un valor numérico de 195, se considera una manifestación de Gevurá (fuerza o severidad) en su forma desequilibrada. Gevurá, cuando está equilibrada, es necesaria para el juicio y la disciplina; sin embargo, cuando se desborda, puede llevar a la dureza, la crueldad y, en su forma extrema, a la venganza. La venganza es a menudo una respuesta del ego herido. El deseo de vengarse surge cuando el ego se siente amenazado o menospreciado, y la reacción es intentar restaurar la sensación de poder o control.

Es necesario superar el ego y actuar desde un lugar de amor y compasión, incluso en respuesta al daño sufrido, alineándonos con la práctica de chesed (bondad y amor), que busca contrarrestar la severidad de Gevurá. No debemos perder de vista que el juicio está destinado a ser justo y equilibrado, no impulsado por la ira o el deseo de venganza.

La venganza no solo afecta al objeto de la venganza, sino también al vengador, ya que cada acción tiene una repercusión espiritual, y la búsqueda de venganza puede atraer energías negativas, perjudicando tanto al que la ejecuta como al que la recibe. Una palabra relacionada con el valor numérico de “nekamá” es צְדָקָה (Tzedaká), que significa “justicia” o “caridad”, y tiene un valor de 194, lo cual nos llama a buscar la verdadera justicia, que es un medio de rectificar el deseo de venganza, transformándolo en una acción positiva que busca el bien en lugar de perpetuar el daño.

La venganza es una trampa espiritual que puede atrapar al alma en un ciclo de negatividad y retribución. Por lo tanto, debemos reflexionar antes de actuar desde un lugar de resentimiento o ira. Cuando sentimos el impulso de vengarnos, la creación nos invita a considerar cómo podemos transformar ese impulso en algo que contribuya al bien común. Esto podría implicar perdonar, buscar la justicia de manera imparcial, o encontrar formas de ayudar a los demás en lugar de causar más daño. Al hacerlo, no solo evitamos perpetuar el ciclo de dolor, sino que también crecemos espiritualmente, alineándonos más con nuestro propósito divino.

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