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Mi Parashá – Génesis 4:24.

Lamec continúa expresando un tema de violencia y retribución, ampliando el concepto de venganza que se inició con Caín. Por ello, Setenta y Siete Veces (Shiv’im veshiv’ah) nos lleva más allá de un valor cuantitativo, para denotarnos algo cualitativo que refleja los niveles de energía y lo que se requiere para alcanzar esa completitud como ciclo de la creación.

Si fueron siete los días de la creación, cuando Lamec habla de “setenta y siete veces”, está exagerando este ciclo, sugiriendo una escalada en la violencia o en la retribución, lo que debe interpretarse como un aumento exponencial de la separación espiritual y el caos.

Lamec parece estar reconociendo, o incluso jactándose, de un ciclo continuo y ampliado de retribución, lo cual debe verse como una advertencia sobre cómo las acciones negativas, si no se rectifican, pueden multiplicarse y afectar a las generaciones futuras. Es una ilustración de cómo el rencor y la venganza pueden perpetuarse, creando un ciclo de dolor y sufrimiento que se amplifica con el tiempo.

A la vez, es un llamado a la necesidad de romper este ciclo, siendo la única manera detener la escalada de violencia a través del Tikkun (rectificación) y el chesed (amor y bondad). Es una advertencia sobre las consecuencias de no buscar la paz y la reconciliación. El Número Setenta y Siete (שִׁבְעִים וְשִׁבְעָה) está relacionado con el concepto de juicio y perfección, pero también con el desafío de superar los ciclos negativos.

Esto sugiere la necesidad de equilibrio y justicia, pero también implica que el equilibrio debe ser restaurado para evitar la destrucción y el caos. Así, Lamec nos recuerda que nuestras acciones tienen profundas implicaciones en el equilibrio espiritual del mundo, y que su reconocimiento de la venganza necesita ser recontextualizado en un esfuerzo por restaurar la armonía.

Seguimos, como generación, viviendo las consecuencias de esas decisiones erradas, que han sido prolongadas y magnificadas por cientos de ancestros que no entendieron la oportunidad diaria para reflexionar sobre los ciclos de violencia y venganza en nuestras propias vidas y sociedades.

Romper estos ciclos y no perpetuarlos implica vislumbrar las consecuencias de no controlar nuestras reacciones emocionales y de no buscar la paz, reiterándonos que la verdadera fuerza radica en la capacidad de detener el ciclo de retribución y buscar el camino de la rectificación y la reconciliación.

Este es un desafío para reconsiderar cómo reaccionamos ante las ofensas y el daño. Aunque el impulso puede ser responder con más violencia o venganza, esto solo perpetúa el ciclo de sufrimiento. La verdadera sabiduría está en encontrar maneras de cortar ese ciclo, actuando desde un lugar de compasión y buscando la reconciliación en lugar de la retribución.

Seguir agregando a nuestra genealogía esas desinformaciones solo hace que esa lista de nombres nos reitere un legado incorrecto como herencia biológica. Si queremos reflejar unas verdaderas conexiones espirituales para las nuevas generaciones, irradiando esas energías divinas para que superen sus propios desafíos, debemos transmitir y transformar una comunicación divina coherente a lo largo de las líneas familiares.

Cada generación transmite no solo características físicas, sino también energías espirituales, y estas incluyen tanto bendiciones como desafíos espirituales que deben ser enfrentados y rectificados. Estos patrones revelan incluso temas kármicos que necesitan ser trabajados a lo largo de las generaciones.

El concepto de Tikkun Olam (reparación del mundo) y Tikkun Hanefesh (reparación del alma) es central para que cada generación asuma su responsabilidad de reparar y corregir aspectos de su alma y del mundo que han sido heredados de generaciones anteriores. Esto implica que cada persona, en su contexto genealógico, descubra esa misión única que contribuirá al equilibrio y la armonía del mundo.

La estructura de la genealogía puede ser comparada con el Árbol de la Vida (Etz Chaim), que es una representación de las sefirot y sus conexiones, en donde cada rama de la genealogía puede ser vista como una extensión de las sefirot. El estudio de las relaciones familiares puede revelar cómo las diferentes energías (sefirot) se manifiestan y se desarrollan a lo largo del tiempo.

Cada generación tiene la capacidad de rectificar las almas de sus antepasados. Al realizar buenas acciones, estudiar la Torá y cumplir con las mitzvot (mandamientos), los descendientes pueden elevar y redimir las almas de sus antepasados, completando ciclos de tikkun que pueden haber comenzado en vidas pasadas. Es por ello que los nombres de los antepasados y sus valores numéricos pueden revelar conexiones y significados ocultos.

Cada nombre en una genealogía puede tener un valor numérico que conecta con otros nombres o conceptos, sugiriendo patrones espirituales que se transmiten a lo largo de las generaciones. Los nombres no son solo identificadores, sino que también contienen la esencia de la misión espiritual de una persona. Por lo tanto, cada nombre nos otorga una comprensión más profunda de los desafíos y las bendiciones que cada individuo en la línea familiar está destinado a enfrentar.

Esa historia familiar es un mapa espiritual que revela la misión de vida, los desafíos a enfrentar y las bendiciones a recibir. Somos parte de una cadena espiritual que, en sus fragmentaciones, está interconectada con las generaciones pasadas y futuras. Nuestras acciones pueden influir en el destino de nuestras almas y las de nuestros descendientes.

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