
Mi Parashà – Génesis 4:4
No es que el Creador nos pida algo a cambio; Su gracia es infinita y nos creó, incluso sabiendo lo difícil que sería para nosotros coordinar esos dones otorgados. Pero Su amor es más fuerte, por lo que espera que, con todos nuestros defectos, como Abel, nos presentemos ante Él con intenciones honestas de agradarle y de agradecerle. Por ende, nuestras ofrendas, las que Él espera, simplemente implican vivir conforme a un corazón limpio que anhela estar cada vez más cerca de Él.
Abel ofrece lo mejor de sus ovejas, lo que indica su total dedicación y devoción al Creador. Esta perspectiva, para comprenderla mejor, debe llevarnos a la idea de ofrecer los “primogénitos”, lo “más gordo”, lo más sano, lo mejor de lo que es y de lo que tiene, un desapego que simboliza, además, hacerlo con una entrega completa de corazón y alma.
La diferencia entre las ofrendas de Caín y Abel no radica solo en la naturaleza de los regalos: frutos de la tierra frente a primogénitos de ovejas, sino en la intención y pureza de corazón detrás de la ofrenda. Mientras la ofrenda de Abel es vista como un acto de amor y reverencia, la de Caín, aunque aparentemente adecuada, carece de la misma profundidad espiritual.
Este contraste nos enseña la importancia de revisar muy bien las intenciones que nos motivan y de evaluar, desde la palabra del Creador, cómo estas responden con sinceridad de corazón a los preceptos divinos y a Su voluntad.
Seguir enfocando nuestras búsquedas en deseos y expectativas mundanas sin sentido solo nos aleja de la esencia de lo que Él espera de nosotros. Como “הֶבֶל” (Hevel – Abel), con su valor numérico de 37, debemos buscar acercarnos cada vez más a nuestro Creador, intentando que nuestras acciones contengan esa pureza que Él espera de nosotros, asumiendo que Él acepta nuestras ofrendas cuando contienen esos insumos fraternales y serviciales.
La palabra “מִנְחָתוֹ” (minjató – su ofrenda), con su valor numérico de 494, nos relaciona con la idea de un sacrificio pleno y total, reflejando el carácter completo y sincero que deben tener nuestras ofrendas. Se trata de enfocarnos en la calidad y sinceridad que le damos a nuestras vivencias con respecto a los propósitos divinos y planes del Creador para con nosotros.
Incluso, lo importante no es solo lo que damos, sino cómo lo damos, lo que nos incita a hacer todo con un corazón sincero, ya sea en nuestra vida espiritual, nuestras relaciones personales o nuestras responsabilidades diarias. Esa intención es la que contiene un peso espiritual, y es determinante en cuanto a la respuesta que recibiremos del Creador.
El destino tiene poco que ver con supuestas bendiciones materiales que nos hacen más egoístas. Nos lleva, más bien, a cultivar una vida de autenticidad, donde nuestras acciones estén alineadas con nuestros valores más profundos y nuestras ofrendas, sean de la naturaleza que sean, reflejen lo mejor de nosotros mismos.