
Mi Parashá – Génesis 4:9
Cuando la vida nos confronta sobre nuestras decisiones equivocadas, nuestras respuestas son el mejor reflejo de lo alejados que estamos del Creador y de Su voluntad. Por ello, en vez de reconocer nuestro pecado y arrepentirnos, solemos fomentar la indiferencia, la evasión y eludir nuestra responsabilidad.
Esta actitud solo muestra la gravedad de estar aferrados al pecado, profundizando nuestras separaciones. Así, ante las preguntas sobre nuestros hermanos y prójimos, como Caín, evadimos nuestra responsabilidad, negándonos a aceptar que ese vínculo fraternal es primordial para nuestras propias vidas.
Toda ruptura en nuestras relaciones lo es también con Él, y nos revela nuestra falta de responsabilidad hacia los demás, un tema central en la Biblia. Por eso, la palabra “הֲשֹׁמֵר” (Hashomer – guardián), con un valor numérico de 545, no solo nos habla de protección o responsabilidad, sino que nos llama a reconocernos como parte, y no aparte, de esos otros, nuestros hermanos.
Somos una sola familia, hijos del Creador, y la palabra “אָחִי” (ají – mi hermano), con un valor numérico de 22, correspondiente al número de letras en el alfabeto hebreo, nos reitera esa totalidad y la completitud, es decir, la responsabilidad hacia nuestros hermanos, lo cual no es una simple obligación moral, sino una parte integral de la totalidad del ser humano.
Entender que el descuido que mostramos hacia nuestros hermanos humanos es indicativo de nuestra lejanía del Creador nos recuerda que, como Caín, esa indiferencia y falta de remordimiento solo nos advierte sobre el peligro de lo desconectados que estamos de Él y de nuestras obligaciones morales y espirituales.
Todos somos responsables unos de otros, por lo que nuestras acciones, o la falta de ellas, tienen un impacto profundo en nuestras vidas y en la vida de aquellos que nos rodean. Como mayordomos o guardianes de la vida, también lo somos de nuestros hermanos, según una ética espiritual que incluye el cuidado y la protección de todos los seres vivos.