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Mi Parashà – Génesis 5:7

Cada signo, letra o número, como toda partícula que existe, contiene mensajes divinos, por lo que el ocho nos reitera nuestra trascendencia de lo material a lo divino. Este nuevo ciclo simboliza un estado espiritual más elevado, una nueva dimensión que va más allá de nuestra actual realidad, la cual solo nos muestra algunos apartes de una creación que, aunque anhelamos, confundimos con nuestros deseos, placeres y alucinaciones terrenales.

Set vivió ochocientos años más después del nacimiento de Enós, un período extenso durante el cual influyó en la vida de este y aportó a la expansión de esas chispas de luz que deben irradiarse a través de nuestra línea espiritual, la misma que comenzó con Adán y continúa en nosotros, quienes, como Set, tenemos la capacidad de “engendrar hijos e hijas” para que ese legado espiritual se multiplique en nuestra descendencia.

Asumir la posibilidad de traer un hijo o hija a este plano implica comprender que esa nueva rama del árbol genealógico de la humanidad debe llevar esas chispas espirituales que deben dar más y nuevos frutos, ya que esa es la principal tarea que tenemos dentro del plan divino: contribuir a la continuidad de nuestra especie, reproduciendo esa esencia que debe contener especialmente esos valores que el mismo Set transmitió.

Enós, “אֱנוֹשׁ” (Enosh), valor de 357, como mezcla de lo divino y lo terrenal, nos enseña que, como hijos, somos la prolongación de la vida de nuestros ancestros. Quizá por ello, quienes hablan desde sus creencias de la reencarnación, obvian que lo que sí se da es que al engendrar a esos hijos se está no solo reproduciendo nuestra semilla, la cual contiene toda la información de nuestras vidas, y que por ende continuará con la misión de elevar a la humanidad o, por el contrario, prolongar y magnificar un caos que, desde Caín, nos contamina aún más.

Continuidad genética que, aunque parte de átomos y moléculas con una información precisa, se complementa gracias a un lenguaje con hábitos y costumbres que le da a lo particular un toque general, lo que implica que nuestra masa crítica termine pensando, diciendo y haciendo tal y como se le programó.

Proyectando y reproduciendo una realidad que, sin serlo, se construye como tal, lo que nos denota que esa continuidad de la vida y su impacto debe ser revisado muy bien para que nuestras acciones y decisiones no terminen afectando e infectando a las nuevas generaciones futuras, las mismas que deben atender sus propios procesos con toda esta carga informativa imaginaria que, en su expansión y crecimiento, puede alejarnos aún más del Creador o, por el contrario, acercarnos.

Enorme responsabilidad que nos grita que cada momento adicional en nuestras existencias es realmente una oportunidad para influenciar positivamente a todos aquellos con quienes compartimos nuestros entornos, irradiando ese mensaje de Salvación que le da un nuevo sentido a nuestras vivencias.

Obviar que nuestras vidas tienen ese potencial de impactar no solo a nuestra generación, sino a muchas generaciones por venir, y que debemos vivir con un propósito elevado, asegurando que nuestras acciones contribuyan al crecimiento espiritual y al bienestar de la humanidad, es quizá uno de nuestros más grandes inconvenientes, ya que, aunque vivimos pendientes del futuro, descuidamos lo trascendente de la eternidad.

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