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Mi Parashá – Génesis 5:8

Los días totales de Set constituyeron novecientos doce años, una longevidad característica de nuestras primeras generaciones como humanidad, que denota no solo la continuación de la línea espiritual de Adán, sino también la necesidad de expandir ese conocimiento y sabiduría espiritual a través de nuestro ejemplo de vida.

El número 912 debe ser visto como una combinación de fuerzas espirituales y terrenales, ya que el número nueve está asociado con la verdad y la plenitud, mientras que el número doce, con la totalidad y la estructura. No es coincidencia que las tribus de Israel, hijos de Jacob, fueran doce, o que los discípulos de nuestro Señor Jesucristo igualmente fueran doce, e incluso, para los esotéricos, que los signos del zodiaco también sean doce.

Nuestra plenitud espiritual se refleja en una estructura sólida de nuestras vidas y en la forma en que transmitimos a nuestros descendientes toda esa comunicación divina. Por lo tanto, los novecientos doce años de Set nos proyectan, al descomponerse en sus componentes, que el número 9 representa la verdad y la perfección, mientras que el número 12, la organización y el orden divino. Esta lectura nos sugiere la importancia de una vida alineada con los principios divinos, que sirva como un modelo para las generaciones futuras.

La palabra “וַיָּמֹת” (vayamot, “y murió”) tiene un valor gemátrico de 456, para que entendamos esa transición hacia una nueva forma de existencia. Esto también nos insinúa que no debemos otorgarle tanta importancia a la vida terrenal, descuidando los efectos espirituales eternos, incluso de nuestras intenciones, lo que nos obliga además a reflexionar sobre nuestra real influencia en nuestro día a día.

Repasar y revisar cada símbolo expresado en el Texto de Textos, hasta que el Espíritu Santo ilumine nuestro entendimiento, nos posibilita reflexionar con mayor profundidad en la importancia de vivir una vida con propósito, alineada con los principios y preceptos divinos, entendiendo cada instante otorgado de nuestra vida como una bendición que debemos multiplicar, expandiendo la sabiduría divina. Esta sabiduría se transmite más a través de nuestro ejemplo de vida que con prédicas, a las futuras generaciones.

Formamos parte de un plan divino, y cada una de nuestras historias de vida tiene un propósito para el cual estamos destinados. Esto no significa que no tengamos voluntad, sino, por el contrario, que cada quien decide si se deja guiar por la voluntad divina o actúa libertinamente, asumiendo, eso sí, los efectos de sus decisiones.

Al alinearnos con la verdad y la plenitud espiritual, podemos dejar un legado duradero que trascienda nuestra existencia física, asegurándonos de que nuestras acciones y decisiones contribuyan al crecimiento espiritual y al bienestar de la humanidad. Así, al final de nuestro destino, cuando abandonemos este cuerpo terrenal que debe volver al polvo, nuestra alma, consciente de la experiencia espiritual, entenderá dicha transición con alegría y esperanza, gracias a la influencia que ejerció en el mundo.

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