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Mi Parashà – Gènesis 6:17

A diario nos bañamos, nos aseamos, incluso evacuamos nuestros desechos internos y externos en espacios alejados, lo que nos denota la putrefacción no solo de nuestros seres, sino también de esos mismos entornos, una descomposición que es parte de lo material, de nuestra carne que necesita de la sangre para poder vivir, renovándose constantemente.

Este proceso de purificación, que es cotidiano y obligatorio, no lo entendemos de la misma forma para nuestra alma, lo que demuestra lo alejados que estamos de reconocerla como la esencia dentro de esta experiencia terrenal y temporal. Es por ello que el acto de limpieza y purificación divina que representa el diluvio, “mabul”, más que un juicio, debemos visionarlo como esa oportunidad de renovación que incluso deberíamos realizar libre y voluntariamente a diario.

El término “mabul” (מַּבּוּל), con su valor numérico de 78, nos habla de destrucción o de juicio, pero desde otra perspectiva nos sugiere la posibilidad de redención que, fruto de su misericordia, nos acoge durante todos nuestros ciclos de crecimiento. Por su parte, “Rúaj” (רוּחַ), con su valor numérico de 214, relacionado con la fuerza vital y la energía espiritual, y el término “Jaim” (חַיִּים), con un valor de 68, asociado con la vida y la bendición, nos muestran desde otro ángulo que, aunque el diluvio fue un acto de juicio, también llevaba consigo la semilla de una nueva vida y un nuevo orden.

El “rúaj jayim” (aliento de vida) es la chispa divina que habita en cada ser, lo que nos indica que, aunque no podemos ignorar la gravedad de la corrupción que llevó al diluvio, tampoco podemos obviar el plan y los propósitos divinos en donde el agua, como símbolo de sabiduría y transformación, nos purifica. Por ende, el diluvio simboliza esa purificación del mundo para dar lugar a un nuevo comienzo.

Desde nuestra visión actual como creyentes, el sumergirnos en el agua del Jordán para bautizarnos nos llama a ese nuevo comienzo redentor. Entendemos que somos parte de un ciclo en el que la destrucción implica nuestra renovación, un arrebatamiento para quienes esperan el final del ciclo que realmente debe llevarnos a comprender los momentos difíciles, incluso los aparentemente destructivos, como espacios de purificación para renovar nuestras existencias.

Así como el diluvio limpiaba la tierra de la corrupción, nosotros podemos ver las pruebas y desafíos en nuestras vidas como oportunidades para limpiar nuestras mentes y corazones de influencias negativas y abrir espacio para un nuevo comienzo. Es por ello que esos momentos más oscuros proyectan de mejor forma esa chispa de vida y, con ella, la posibilidad de renovación que nos anima a mantener la esperanza y a ver cada desafío como una oportunidad para crecer espiritualmente.

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