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Mi Parashá – Génesis 7:13

Está claro que de un mismo concepto podemos entender diferentes posibilidades acordes a nuestras propias interpretaciones que, por sesgadas que sean, constituyen nuestras realidades, llevándonos incluso a darle a los mismos sonidos fonéticos distintos significados, dependiendo de las circunstancias y contextos en que estas se expresen.

Lo mismo nos sucede cuando, en un espacio, nos encontramos con diversidad de interlocutores que recibirán un mensaje quizá no acorde a como nosotros se los emitimos, sino como ellos lo adecuan como receptores, a lo que está aconteciendo en sus cabezas, otorgándole a este incluso significados opuestos a los que les queríamos expresar.

Desde esa perspectiva, solo nos queda intentar reinterpretar nuestros propios conocimientos, pero ahora a la luz de la sabiduría divina y no de las desinformaciones, ignorancias, especulaciones y sesgos egoístas humanos, los mismos que históricamente han demostrado que nos cuesta comunicarnos y que, aunque nos mantenemos intercambiando expresiones lingüísticas, regularmente con estas generamos alejamiento, desorden y caos.

Atender las señales que el Creador nos hace a través de Su palabra nos obliga a despojarnos de esas traducciones sesgadas y egoístas para dejar que el Espíritu Santo nos intente comunicar esas señales que generalmente nos llaman a despertar y a retornar. Es por ello que la expresión “en ese mismo día” (הַיּוֹם הַזֶּה) nos motiva a comprender que el limitado tiempo terrenal es tan sagrado como lo eterno, ya que cada momento nos ofrece esa oportunidad de entender y atender sus mensajes.

Cuando el versículo nos habla de “ese día”, no solo nos está haciendo referencia a un evento dentro de nuestra historia lineal, sino que enmarca un punto crítico en nuestro proceso de salvación y renovación, lo que deberíamos atender como un llamado para que aquí y ahora tomemos decisiones que son decisivas para nuestra redención, apoyándonos siempre en la intervención divina que se manifiesta permanentemente.

Estas elecciones no solo afectan nuestras vidas y las de nuestras familias y entornos, sino también al mismo mundo, aunque no nos lo parezca y no nos demos cuenta. Esto significa que deberíamos tener además una enorme precaución, ya que esas acciones o incluso nuestras omisiones afectarán directamente a nuestra familia, a nuestros hijos, los mismos que, en el caso de Noé, fueron cobijados con sus esposas para ascender al arca.

Se nos reitera que la unidad familiar es una tarea primordial cotidiana para que nuestro microcosmos social esté acorde con la preservación del mundo, ya que esa familia en el arca nos simboliza, a la vez, que ese núcleo primario es fundamental para la preservación de la humanidad y el orden divino.

La búsqueda de mantener la unidad comienza con nuestra pareja, a la cual nos vinculamos a través del amor, siendo ese fluir la propuesta divina infalible para poder superar los tiempos de crisis. Es por ello que ese hogar, como el arca, debe entenderse como el refugio y, por ende, el mejor espacio de protección y renovación que existe.

La “tevá” (arca) no solo representa ese lugar de refugio donde lo divino y lo humano se encuentran, el mismo que para algunos es nuestro cuerpo, pero que en este caso debemos entender como ese hogar que, construido como un pacto de fe y confianza en la protección divina, nos ayuda a sobrellevar los desafíos que implica criar unos hijos conforme a la Palabra creadora.

Tevá (תֵּבָה) tiene un valor de 407, que se asocia con la protección divina, y que sumado a los nombres de los hijos de Noé: Sem (שם), Cam (חם) y Jafet (יפת), que tienen valores gemátricos de 340, 48 y 490, respectivamente, nos habla de ese hogar que se dispersa en las vidas de nuestros hijos para que ese carácter y el destino que el mismo nos genera estén acorde con coexistir bajo la sabiduría y protección del Creador, propiciando la unidad dentro de la diversidad de nuestros pensamientos y búsquedas cotidianas.

La unidad familiar nos proporciona esa protección divina, especialmente en tiempos de diluvio, gracias a que, al estar en el arca, tenemos un refugio espiritual que nos acoge frente a esos desafíos diarios, en los cuales regularmente nuestras decisiones no son las más coherentes. Por ello, debemos estar en oración, atentos más en esos momentos, para en familia elegir confiadamente su guía.

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