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Mi Parashá – Génesis 7:14

Nuestro microcosmos corporal está conformado por billones de células que contienen polaridades positivas, negativas y neutras, las cuales mantienen nuestra armonía o, de lo contrario, nos enfermamos. Por su parte, nuestros microentornos sociales también nos enseñan sobre esas polaridades que, en ocasiones, nos llevan a rupturas, siendo estas una demostración de que, como es arriba, es abajo. Así, nuestro macrocosmos, aunque creamos desconocerlo, es una imagen de nuestro microcosmos.

La dimensión corporal, dentro de esta trinidad, nos llama a integrar nuestro cuerpo con nuestra mente y con nuestra alma, para que toda esa diversidad que nos compone no nos desequilibre, sino que, gracias a nuestra voluntad y a las decisiones que derivan de ella, busquemos nuestra unidad para no percibirnos como partes separadas, sino como parte de un todo.

Al reiterarse el término “según su especie”, se nos destaca nuevamente que cada elemento de la creación tiene un propósito único y valioso en el plan divino, tal y como sucede con nuestro cuerpo, en donde hasta un cabello se suma, no tanto para adornar nuestra cabeza, como para complementar la totalidad. Por lo tanto, nuestra arca corporal debe integrarse, o de lo contrario sus llamados de atención nos pueden llevar a la muerte.

La inclusión de todas las especies en el arca simboliza para nosotros, como creyentes, la necesidad de proteger y preservar todas las formas de vida, reconociendo que cada una tiene un papel en el equilibrio y la armonía del mundo. Esto nos desafía a valorar y cuidar la diversidad en nuestras propias vidas y en el mundo que nos rodea.

Somos partes de un todo que, en nuestro caso, se integran a través de nuestro ser. Por lo tanto, para contribuir a esa integración, que se puede entender como la rectificación del mundo, “Tikkun Olam”, debemos aportar no solo con acciones materiales coherentes, sino con pensamientos e ideas consecuentes, pero sobre todo con nuestro amor, que como vínculo perfecto nos llama al servicio y a sabernos parte.

Nuestra propia diversidad corporal, así como la de la creación (לְמִינָהּ), nos presenta, a través de cada especie, “leminah”, que esa diversidad es parte no solo de un orden, sino de un plan, ya que en cada partícula o átomo de este mundo hay una manifestación de la infinita creatividad divina. Por ello, cada especie tiene un propósito y un lugar en el orden cósmico, siendo indispensable en nuestro caso, como mayordomos y señores de la tierra, buscar su preservación.

La palabra “leminah” (לְמִינָהּ), con un valor gemátrico de 135 (ל = 30, מ = 40, י = 10, נ = 50, ה = 5), se puede descomponer en 1 + 3 + 5 = 9, para hacernos una referencia clara de la verdad y la completitud. Por esta razón, la palabra “kanf” (כָּנָף), que se refiere a las alas, con un valor de 150 (כ = 20, נ = 50, פ = 80), refuerza esa idea, reiterándonos que las aves, representantes del Espíritu, tienen un rol crucial para señalarnos nuestra elevación.

Además, las bestias grandes, como los pequeños reptiles que fueron llevados al arca sin importar su tamaño o nuestra clasificación sesgada, están también allí para recordarnos que todo lo creado es esencial para el equilibrio del mundo, siendo necesario que nuestra arca, como lugar de reencuentro con nosotros mismos, mantenga ese ideal de preservación y renovación.

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