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Mi Parashá – Génesis 9;4

Quienes nos hablan desde diferentes perspectivas sobre el alma nos dicen que esta cohabita en varias dimensiones, siendo la corporal animal la que circula a través de nuestra sangre. Esto implica reconocerla en un nivel más elevado asentándose en nuestro corazón y una verdadera búsqueda espiritual cuando esta empieza a intentar coordinar la oscuridad de nuestras mentes.

Niveles de conciencia espiritual que debemos experimentar y que nos ofrecen diferentes aspectos o manifestaciones de la misma esencia espiritual. Por lo tanto, nefesh (נפש), como nivel básico, siempre estará asociado con la vitalidad física, un flujo que reside en la sangre, lo cual nos habla realmente de los deseos básicos y las necesidades físicas; es decir, es el aspecto más “animal” o instintivo del ser humano.

Quienes se preguntan si los animales tienen alma deben recordar que todo vive gracias a la energía divina, por lo que nuestro nivel ruaj (רוח) de conciencia nos lleva a las emociones y los sentimientos. Quizá por ello, regularmente se nos habla del corazón como el entorno del amor y de nuestras relaciones, siendo además ese entorno de crecimiento el que nos ayuda a responsabilizarnos de la moralidad y la interacción con el mundo a través de las relaciones y las experiencias.

Esta fuerza que impulsa el deseo de conexión y de interacción con otros seres nos lleva a la dimensión neshamá (נשמה), que es más elevada y, quizá por ello, se asocia con la mente o el intelecto, nuestra cabeza, donde esa alma divina se hace consciente de que todo contiene la chispa del Creador. Esta comprensión es indispensable para una conexión espiritual.

Este proceso implica encontrarnos, gracias a la sabiduría, con la conciencia superior y, por ende, con nuestra capacidad de trascendencia. Como manifestaciones de la esencia divina, debemos reconocer que ellas están intrínsecamente conectadas, trabajando juntas para guiar la vida física, emocional y espiritual del individuo.

La palabra “נֶפֶשׁ” (nefesh), que significa “alma” o “vida”, tiene un valor gemátrico de 430 (נ=50, פ=80, ש=300), que se asocia con el concepto de “רַב” (rav), que significa “grande” o “abundante”, y que tiene un valor gemátrico de 202, y “רַבָּה” (rabbah), que significa “gran”, con un valor de 207. Estos valores, al ser sumados, nos llevan a 409, un número que se acerca al valor de “נֶפֶשׁ”, lo que sugiere una conexión entre la grandeza o abundancia de vida y la nefesh.

Esta perspectiva debe interpretarse desde esa mirada sagrada de la vida, representada en el concepto nefesh, que nos denota que esta es vasta y sagrada, por lo cual no debe ser trivializada o consumida sin conciencia y respeto. Es por ello que la sangre, que porta la nefesh, es un recordatorio de la presencia divina en todos los seres vivientes, y el acto de abstenerse de consumirla es una forma de reconocer y respetar esa vida.

La prohibición clara en la Torá sobre el consumo de sangre, vista como portadora del “alma” o “vida” de la criatura, nos recuerda que este líquido es símbolo de la fuerza vital que conecta el cuerpo con el alma. Por lo tanto, consumir sangre es un acto que implica apropiarse de la esencia vital de otro ser, algo que está prohibido para mantener la pureza espiritual.

El respeto que debemos tener por la vida en todas sus formas hace que la prohibición de consumir sangre no sea solo una restricción dietética, sino una enseñanza espiritual sobre la santidad de la vida. Esto, a su vez, nos muestra que cada acción tiene un significado profundo y que, por ende, el respeto por la vida es un valor fundamental en nuestra relación con el mundo y con lo divino.

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