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Parashá – Génesis 2:5

El concepto Vechol siach hasadeh (וְכֹל שִׂיחַ הַשָּׂדֶה): “Y toda planta del campo”, nos presenta, gracias a la expresión “siach” (שִׂיחַ), la posibilidad de reinterpretarla como “conversación” o “meditación”, ya que la vegetación y la naturaleza no solo existen en el plano físico; en esos niveles superiores se entienden como comunicación espiritual y como esa meditación necesaria entre el hombre y lo divino.

Esta comunicación nos llama a la comunión, a lo común, a entendernos como comunidad, lo que implica que nuestra esencia tiene ese potencial de unidad. Terem yihyeh ba’aretz (טֶרֶם יִהְיֶה בָאָרֶץ): “Aún no estaba en la tierra”, no hacía parte de este plano y se manifiesta a través de nosotros, por lo que las energías divinas deben forjarse desde las formas físicas. Esta “no manifestación” contiene a su vez un recordatorio de que todo en el mundo físico tiene una raíz espiritual que precede su existencia material.

Esto quiere decir que cuando se nos dice Ve’adam ayin la’avod et ha’adamah (וְאָדָם אַיִן לַעֲבֹד אֶת הָאֲדָמָה): “Y no había hombre para labrar la tierra”, nos están explicando que el ser humano, como co-creador, está encargado de llevar a cabo el tikún o rectificación del mundo, ya que sin nosotros, la tierra no puede alcanzar su plenitud. Esto también significa que nuestro trabajo y ese esfuerzo cotidiano son los que elevan este mundo material, acercándolo a la perfección.

Incluso, Ki lo himtir Adonai Elohim (כִּי לֹא הִמְטִיר יְהוָה אֱלֹהִים): “Porque el Señor Dios no había hecho llover”, la falta de lluvia refleja esa influencia divina que desciende como agua de vida para hacer crecer y prosperar esta dimensión. Esa influencia espiritual nos nutre, haciendo que todo viva y florezca; de lo contrario, el mundo permanecería en un estado de latencia.

El mismo término “adam” (אָדָם), “hombre”, por su valor gemátrico de 45, que se corresponde con la palabra “Mah” (מַה), que significa “¿Qué?”, nos reitera que tenemos un propósito, y que todos los cuestionamientos que vibran en nuestras mentes provienen de Su palabra, la misma que nos insta a asumir ese rol en la creación, en donde debemos lograr la rectificación del mundo.

La expresión “Adamah” (אֲדָמָה), “tierra”, y su valor gemátrico de 50, nos hablan de que esos ciclos de vida son nuestro proceso de liberación, de renovación, de crecimiento, hasta alcanzar esa culminación espiritual. Así que nuestras acciones deben estar alineadas con la voluntad divina para que nuestras obras sean fructíferas y significativas. Sin esa “lluvia”, que simboliza la guía y bendición del Creador, nuestros esfuerzos pueden carecer de vitalidad y dirección.

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