Mi Kabbala – Av 13 – domingo 18 de agosto del 2024.
¿Original?
El Texto de Textos nos revela en II de Reyes 18:26, “entonces Eliaquim, hijo de Hilcías, Sebna y Joa dijeron al Rabsaces: Te rogamos que hables a tus siervos en arameo, porque nosotros lo entendemos, y no nos hables en la lengua de Judá a oídos del pueblo que está sobre la muralla”.
Al desconectarnos del Padre, nos alejamos de su presencia, quedando incomunicados directamente. Siendo ese nuestro lenguaje la única posibilidad de tomar algunos de esos destellos para, limitadamente, poder acercarnos nuevamente a esa dimensión cifrada que solo el Espíritu Santo puede explicar, para reconocernos a través de todo lo existente en este universo. Este idioma, además, ha ido transformándose, conduciéndonos a diversas interpretaciones sesgadas y confusas, que con sus variantes nos proponen otros significados que, desde Babel (בָּלַל, balal, “confundir”, “mezclar”), solo nos distancian.
La Palabra creadora parte del tetragrámaton, que genera el hebreo original con Adán, אַלְפָּבֵּית (alef-bet). Más tarde, después de la caída, surgen lenguajes como el arameo antiguo, que hablaba Abrahán, una combinación inicial con el cananeo, que reprodujo el alfabeto protosinaítico. Este alfabeto generó las lenguas semíticas, dando origen, más adelante, a los alfabetos cuneiformes de veintisiete consonantes o al corto de veintidós, del cual se deduce que posteriormente se dio el alfabeto fenicio y las lenguas protosemíticas, que a su vez, con sus cambios consonánticos, nos llevaron a nuestros diversos léxicos.
La combinación de los signos originales, llevados a letras (אות, ot) y nombres por Adán, nos reprodujo un lenguaje que nos identifica con lo que nos rodea, proyectando, gracias a esas imágenes sonoras, unas realidades que, siendo lingüísticas, reproducimos como vivencias. Sin embargo, al dejar de comunicarnos con el Creador, nuestros léxicos se vulgarizaron al igual que nuestras costumbres, promoviendo idiomas como el sumerio y su escritura cuneiforme, que nos llevaron de los jeroglíficos egipcios a nuestros descontextualizados lenguajes actuales, necesitando de Su palabra para reinterpretar Su voluntad y de nuevas nekudot (נִקּוּד, nikud) para poder comunicarnos.
Desde Moisés en el Monte Sinaí, intentamos transmitir Sus enseñanzas oralmente, esperando que un Ezra (עֶזְרָא), escriba, interpretara esos signos que, cada vez por su diversidad, obviaban la estructura original que, como señales con sus mensajes, nos recuerdan que signos como nuestras vocales: cholam (חולם, cholam), shuruk (שורוק), o ḥirik (חִירִיק, ḥirik), se complementaron con las otiot (אוֹת, ot), letras, y otros signos, como una forma de representarnos esos otros mundos: el superior, el medio o el inferior, en los que estamos llamados a reconstruir nuestra comunicación y, por ende, nuestra reconexión con Él y su Palabra.
El lenguaje adámico (שְׂפַת אָדָם, Sefat Adam) nos llama a ajustar nuestras palabras a las del Creador, para que así esas raíces originales, con sus combinaciones, sean las que promuevan unas interrelaciones sanas y fraternales, gracias a unas vivencias que nos generen, con dicha inflexión, nuevos significados; unos que incluso le den a un mismo término esa esencia de la que sustancialmente nos separamos, debido a una oralidad que se alejó del verdadero significado de la vida y de los preceptos y mandatos del Creador.
El Texto de Textos nos revela en Hebreos 1:1, “El Creador, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, 2 en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo”.
Oremos para que cada letra que usemos para comunicarnos nos integre con Él.