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Mi Kabbala – Av 26 – sábado 31 de agosto del 2024.

¿Esperanza?

El Texto de Textos nos revela en Jeremías 2:13, “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua”.

La esperanza, mikve (מִקְוֶה), de la raíz KVH (קוה), nos llama a la paciencia, por lo que la salvación del Creador nos debe llevar a consolidar esa virtud, asumiendo que Él, Mikve Yisrael, Esperanza de Israel, es la de la humanidad como iglesia. Y es que el concepto hebreo mikve, que también significa charco de agua, nos lleva al Génesis de nuestra creación, proyectándonos ese conjunto de aguas, mikve mayim o mares, que consolidan nuestro mundo, para darnos la idea de que ese abundante charco de agua salada está allí para vislumbrarnos que tenemos una esperanza de vida.

No es gratuito que nos guste tanto el mar y disfrutar en sus playas, y que sea este líquido vital el que no solo nos refresque, sino que también sea el más indispensable alimento para conservar nuestras vidas. Desde esa perspectiva, esa combinación de hidrógeno y oxígeno también contiene el hálito de vida del Creador, נִשְׁמַת חַיִּים (Nishmat Chayim), que le da a nuestra existencia la fuerza necesaria para nuestra motricidad y, a la vez, la bella posibilidad de limpiarnos, tanto de nuestras impurezas como, en un sentido espiritual amplio y más puro, de nuestros pecados al sumergirnos en ella, haciéndonos nacer de nuevo.

El agua es el recurso más abundante de la Tierra y la base de toda vida, y en ella se encuentra el origen de todo lo que existe en nuestro planeta. Nuestros mares, ים (Yam), nos recuerdan que tenemos un Dador, y que Él es nuestro más preciado manantial; por lo tanto, Él es nuestra más profunda esperanza. Esta perspectiva también nos expresa la necesidad de ser pacientes durante el transcurso de esta vida para lograr nuestro reencuentro con Él, atendiendo que Él es el agua de vida eterna.

Todos los tiempos, por difíciles que nos parezcan, nos motivan a consolarnos en la certeza de que Él es nuestra esperanza y de que sus promesas nos están aguardando; de allí que Él mismo nos garantiza la vida eterna. El Nuevo Testamento nos recrea esto en diferentes pasajes, especialmente cuando nuestro Señor Jesucristo fue expulsado de Nazaret y se trasladó a una humilde aldea de pescadores llamada Cafarnaún, כְּפַר נַחוּם (Kfar Nahum), que significa “aldea de consuelo”, nombre apropiado porque fue allí donde Él realizó sus primeras sanaciones durante su corto ministerio público, al punto que el mismo evangelista califica dicho entorno como la propia ciudad de la salvación.

Mientras en este plano terrenal disfrutamos del agua para retroalimentar nuestros días, en el plano espiritual esos ríos de agua viva que nos ofrece nuestro Señor Jesucristo a través del Espíritu Santo nos invitan a beber de sus manantiales amorosos de paz y armonía cada vez que nos sintamos cansados y desanimados, fruto de nuestras complejas relaciones cotidianas embebidas en pecados. Ese fluir es nuestra esperanza para no desfallecer, comprendiendo que este paso terrenal es la preparación para la eternidad, נֶצַח (Netzach) que nos espera a todos aquellos que hemos vivido conforma a Su paz, sintiéndola.

El Texto de Textos nos revela en Apocalipsis 22:17, “Y el que tenga sed, que venga; y el que quiera, que tome gratuitamente del agua de la vida”.

Oremos por el agua de vida que nos ofrece nuestro Señor Jesucristo.

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