
Mi Kabbala – Jeshván 11, 5785 – Martes 12 de noviembre del 2024.
¿Soy?
El Texto de Textos nos revela en II de Reyes 19:15, “Y oró Ezequías delante del Creador, diciendo: Jehová Dios de Israel, que moras entre los querubines, sólo tú eres el Creador de todos los reinos de la tierra; tú hiciste el cielo y la tierra”.
Yo Soy el que Soy: אֶהְיֶה אֲשֶׁר אֶהְיֶה (Ehyeh Asher Ehyeh) es una expresión que, al traducirla, nos habla de un presente en el cual el Creador no se limita a un nombre particular ni a una característica específica. El verbo ser o existir nos proyecta hacia ese Ser auto existente, eterno, autosuficiente, autodirigido e inmutable, siempre presente. Esto también nos indica la necesidad de dejar de percibir a Ehyeh como un ser oculto o misterioso y, en cambio, apreciarlo cercano; la oración es el canal que nos permite sabernos parte de Él, gracias a la guía del Espíritu Santo, quien nos lleva más allá de nuestro limitado y finito lenguaje.
Sin embargo, fruto de nuestras confusiones lingüísticas, a veces nos vemos incapaces de alcanzar un mayor entendimiento de Su deidad y de todo lo que significa para nuestras vidas. Lo percibimos desde lógicas descontextualizadas, creadas por decodificaciones milenarias egocéntricas y sesgadas, donde en lugar de identificarnos con Él, nuestro “yo” se identifica con alucinaciones externas, dándole otro significado a términos como aní (אני), que nos da la idea de la nada, ain, o la decimosexta letra, para indicarnos que nuestra mirada, nuestro ojo, debe enfocarse en Su luz y no en esa nada que sirve únicamente como reflejo para mostrarnos que estamos de espaldas a Él.
Tenemos Su esencia, pero al fragmentarnos en Su contracción, olvidamos que somos hechos a Su imagen, que podemos recrearnos en Su obra. Vivimos ahora solo una parte de ella, y Él, pacientemente, espera (qavah), unirnos de nuevo, lejaqot (לְחַכּוֹת), coordinando nuestra voluntad para que ese yo egocéntrico se aleje de esa forma temporal que lo ata a una nada ilusoria e infinita. Nos permitimos crecer hacia una nueva perspectiva de vida al unirnos con otros fragmentos e integrarnos en Su obra con nuestro Yo Soy.
Habacuc (חֲבַקּוּק), de jabaq (“abrazar”), nos pide esperar a que nuestra higuera florezca a su tiempo, gracias a nuestra obediencia a Sus mandatos, que podemos observar en la misma naturaleza que nos rodea. Sin embargo, preferimos mirar nuestras alucinaciones, el ego, que con sus ruidos nos distrae de escucharle, de atenderle, reproduciendo imaginarios engañosos que nos impiden percibirnos como pequeñas partículas de un todo, del Yo Soy, y nos ven como partículas separadas, el “yo”, que nos lleva a querer apropiarnos de esas ilusiones que creemos que llenarán nuestro vacío existencial, que necesita de Su luz.
Allí es donde el amor juega un rol preponderante para vincularnos, inicialmente, con nuestra alma, que no se percibe como parte de este mundo; posteriormente, con los demás, a quienes no vemos como hijos de nuestro Padre Celestial; y, finalmente, con Él, para que esa dimensión de lo oculto no nos esclavice con sus alucinaciones en este plano terrenal. Para ello, necesitamos que sea el Espíritu Santo quien nos guíe, de modo que no sigamos desorientados por esas luces artificiales de neón, que llegan a confundirse con los destellos de las chispas de luz de la Palabra, causándonos mevuja (מְבוּכָה), confusión.
El Texto de Textos nos revela en Mateo 11:25, “en aquel tiempo, hablando Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los niños”.
Oremos para dejar de rendirle culto a lo oculto.