Mi Kabbala – Jeshván 2, 5785 – Domingo 3 de noviembre del 2024
¿Oculto?
El Texto de Textos nos revela en Daniel 2:22, “El revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz”.
Se cree que fue Noé quien tuvo la responsabilidad de devolverle la armonía a lo creado tras el diluvio. Para ello, construyó un altar e hizo una ofrenda al Creador, un sacrificio que generó la promesa de que tal suceso no se repetiría para la humanidad, aun conociendo la inclinación del corazón humano hacia el pecado, יֵצֶר yetzer, palabra que en hebreo proviene de la raíz YZR, “formar”. Esto sugiere que Él nos está moldeando, formando como a un recipiente de arcilla, para que esas intenciones egoístas no deformen nuestras vivencias con interacciones inmorales.
Él, como moldeador (yotzer), determina, más allá de nuestras experiencias, cómo reorientarnos mediante un lenguaje finito y limitado como el nuestro, el cual necesita de sus chispas de Luz. Estas chispas, como por magia, (ashshap אשף), generan la alquimia necesaria para que nuestras percepciones comprendan todas sus señales; esas señales de las que recibimos mensajes de los mismos astros. No se trata de enfocarnos en esas luminarias, sino de confiar en Él, una fe que permite que el Espíritu Santo, a través de la lectura diaria del Texto de Textos y la oración, abra nuestro entendimiento.
La letra Bet, ב, segunda del alfabeto hebreo, nos habla de nuestra casa, el hogar celestial, un escenario al que solo podremos acercarnos una vez nos integremos a Él. Lo lograremos mediante su obra, iluminando lo oscuro y oculto con sus revelaciones, que nos hablan del amor, del presente eterno y no de un futuro egoísta, el cual solo nos lleva a recrearnos en alucinaciones y engaños, en lo malo, Yetzer Hará, que nos incita a decidir lo que nos es útil para acercarnos a Él en vez de seguir deliberadamente cruzando la delgada línea hacia todo tipo de idolatrías.
Kéter, como primera sefirá (סְפִירוֹת), representa esa irradiación o punto luminoso primordial del zimzum, que dio origen a lo creado, un escenario de aprendizaje que requiere de las vibraciones de su Palabra. Esta misma Palabra es replicada por los profetas, proclamando manifestaciones que significan nuestra redención; un presente que se nos ofrece para que, mediante la fe, reconozcamos que se humanó para salvarnos. Este reconocimiento implica apartarnos de ese molde milenario de desobediencia, un pecado que nos conduce a recibir esas lecciones para que no sea este quien cogobierne nuestras vivencias.
Malaquías (מַלְאָכִי), como último profeta, nos llama a atender ese mensaje salvador y a aceptar que existe algo superior a nuestra capacidad de comprensión finita. Asumimos, por tanto, que pese a la infinitud, al estar separados, no tenemos la posibilidad de reconectarnos con esos niveles superiores. Así, algunos místicos nos hablan del Ein Sof (אין סוף), como la máxima ocultación posible de nuestro Creador, una propuesta que tiene el único fin de que dejemos de intentar asimilarnos a ese Ser superior o de manipular sus atributos. Aceptemos que, como seres de conocimientos limitados, ni siquiera somos capaces de percibirlo con mínima claridad a través de sus manifestaciones.
El Texto de Textos nos revela en Romanos 1:24, “por lo cual también el Creador los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones”.
Oremos para que nuestras alucinaciones no nos desilusionen más.