Mi Kabbala – Kislev 2, 5785 – Lunes 2 de diciembre del 2024.
¿Desierto?
El Texto de Textos nos revela en Ezequiel 34:11, “Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré”.
El concepto de desierto, מדבר (midbar), invita a los creyentes no solo a visualizarlo como un espacio territorial donde nuestras vidas no pueden desarrollarse con normalidad, como esperamos, sino también a comprenderlo como un escenario inhóspito que plantea nuevas condiciones de supervivencia. En este contexto, necesitamos, eso sí, la guía del Creador, quien, como agua de vida, nos alimenta y alienta, subrayando nuestra total dependencia de Él. Esta metáfora nos recuerda, desde el calor terrenal, que Él es la nube refrescante que nos acompaña en nuestro camino de día y en la noche el fuego que nos permite tener la tranquilidad de descansar en Èl.
Al mirar más allá de las dunas y los peligros del desierto, plagado de escorpiones (עַקְרָב, acrabbim), donde las posibilidades de subsistencia son escasas, descubrimos que, bajo Su guía, hay otro destino. Este recorrido nos enseña a confiar, tal como lo hizo el pueblo en su ciclo de 40 años, hasta llegar al Sinaí. Esta tierra, en apariencia caliente, seca y estéril, representa la vida eterna, dependiente de Su provisión. Así, de la mano del Creador, todos los senderos, por inhóspitos que parezcan, están llenos de vida, siempre y cuando Él sea nuestra nube de día y nuestro fuego de noche.
Los pastores beduinos que habitan en el Sinaí, expertos en subsistir en este entorno con grandes rebaños de cabras y ovejas, se refugian bajo pequeños arbustos y matorrales. Desde sus costumbres e idioma, en hebreo (מִדְבָּר, midbar), nos enseñan que, como ovejas despistadas, necesitamos ser guiados por nuestro Buen Pastor, el Señor Jesucristo. Confiando en Él, superamos los desafíos de ciclos llenos de miedos y las “cuarenta ataduras” que solo nos aportan insatisfacciones e incertidumbre.
Rubén (ראובן, Rŭʾūḇēn, “ver-hijo”) es quizá el ejemplo de un ser que, al igual que nosotros, no comprendió lo que significa ser hijo del Creador, olvidando que Él es nuestro Pastor. Al percibirnos como cabras de otro rebaño, podemos evitar un ciclo largo de esclavitud, como los 400 años vividos por el pueblo hebreo, y encaminarnos hacia Canaán, nuestra tierra prometida. Si como rebaños nos sometemos a Su voluntad y guía, iniciaremos nuestra recuperación espiritual, haciendo del desierto terrenal el mejor lugar para aprender, pastar, alistarnos y descansar, hasta cumplir Su plan divino.
Nadie desea pasar por desiertos, pero nuestro libertinaje y desobediencia nos impiden confiar en este necesario trasegar espiritual para acceder al reino y al crecimiento, tal como lo describe el Midrash (מדרש, hefker). Este texto nos proyecta como seres completamente libres, abiertos a hacer cualquier cosa que deseemos, suponiéndonos sin dueño ni custodio. Así, superamos los prerrequisitos de tránsito que hacen posible nuestro verdadero crecimiento espiritual y nuestra reconexión con el Creador, dejando atrás el ego que nos mantiene esclavizados en Egipto. Este escenario, al igual que el desierto, nos ofrece alucinaciones que no nos permiten reconocernos como hijos del Creador.
El Texto de Textos nos revela en Juan 10:11, “Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas”.
Oremos para dejarnos guiar por nuestro buen pastor en este desierto terrenal.