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Mi Parashá – Génesis 4:18

Nuestra genealogía procede de Adán y Eva, pero también, y sobre todo, de Caín y su descendencia. Aunque esta línea puede parecer una simple lista de nombres, en realidad debe entenderse como la transmisión de características físicas, mentales y espirituales a todas las nuevas generaciones. Esta información, disfrazada de energías, afecta de una u otra forma a las nuevas generaciones.

Cada nombre tiene un significado y, a su vez, con su vibración, una energía específica. Esta energía traza incluso un patrón de comportamiento que, al no contener los insumos espirituales adecuados, puede influirnos negativamente, tal como ocurrió con Caín y, poco a poco, con su línea genealógica.

Enoc (Chanokh) representa un punto de inicio en esta genealogía, en la búsqueda de dedicación y en un proceso de iniciación que debía continuar su legado, recibiendo la transmisión de ciertos atributos e incluso de desafíos que, siendo espirituales, a menudo confundimos con nuestras búsquedas de posiciones y posesiones.

El nombre Irad (“ciudad” o “fundación”), con un valor numérico de 284, es un llamado a la construcción de nuevas estructuras sociales. Sin embargo, esta búsqueda sigue siendo, hasta hoy, una de las grandes confusiones humanas, olvidando que, aunque estamos viviendo una experiencia terrenal, nuestra verdadera estructura y esencia es espiritual.

Mejuyael (מְחוּיָאֵל), con un valor gemátrico de 101, y Metusael (מְתוּשָׁאֵל), con un valor de 777, nos hablan de vitalidad, poder y conexiones con lo divino. Estos nombres no solo identifican a personas, sino que revelan aspectos de su misión espiritual y las energías que representan. Lamec, quien aparece más adelante en la narración bíblica, simboliza fuerza o poder.

En esta lucha espiritual, Lamec (לָמֶךְ), con un valor numérico de 90, representa una culminación o incluso un cambio en esta dinámica, desafortunadamente no el mejor. Su fuerza y búsqueda de estabilidad, al igual que en el caso de Caín, están más enfocadas en lo físico que en lo espiritual. Estas características, relevantes en lo que se dice de él, nos invitan a reflexionar profundamente sobre cómo las características y energías asociadas a nuestros nombres se transmiten a través de las generaciones.

La filogenética no solo nos identifica a través de una denominación que incluye apellidos, sino que este legado contiene, desde lo genético, cultural, social y lingüístico, un conjunto de desafíos, atributos y misiones que, aunque parezcan terrenales, son realmente espirituales.

Nuestras raíces nos dejan semillas que se reproducen en nuestras intenciones, deseos, pensamientos, palabras, decisiones, interacciones e interrelaciones, influyendo directamente en nosotros y, posiblemente, en las próximas siete generaciones. Es indispensable considerar el legado que estamos construyendo y transmitiendo.

Este desafío nos lleva a revisar las consecuencias de nuestras decisiones y cómo afectan a la creación misma. Debemos ser conscientes de las energías que heredamos y transmitimos, y esforzarnos por cultivar y potencializar un legado que, siendo espiritual, requiere de sabiduría y de la guía divina.

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