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Mi Parashá – Génesis 4:17

El concepto de “conocer”, יָדַע (yada), implica una conexión íntima y unificada con el objeto del conocimiento, lo cual nos debe llevar a una integración espiritual entre lo divino y lo humano. Esta fusión y unión íntima es tanto física como espiritual, por lo que el conocimiento, como integración de las almas, debe entenderse como una manifestación de la unidad divina.

Yada, con un valor numérico de 74, representa un conocimiento interior que surge de la introspección y la comprensión espiritual. Va más allá de la adquisición de ideas, llevándonos a una comprensión interna que nace de la conexión con lo divino. Este entendimiento es esencial en el camino espiritual, donde el objetivo es “reconocernos” como hijos del Creador.

El “conocimiento”, Daat (דעת), la sefirá que conecta Jojmá (sabiduría) y Biná (entendimiento), nos muestra, a través de ese punto de unión, la necesidad de fusionar nuestras vivencias prácticas y aplicarlas a la comprensión espiritual. Este es nuestro camino hacia la integridad espiritual y la realización como seres humanos.

Esto nos alerta para no desperdiciar nuestra energía vital con cualquier persona y menos solo para momentos de hedonismo, ya que en el acto sexual es testigo el mismo Creador עֵד (ed, “testigo”). Procrear es acercarnos a Su verdad, y ese encuentro humano y pasional es un escenario para dar testimonio de que estamos comprometidos con nuestro crecimiento espiritual integral.

Todo conocimiento debe ir más allá de la acumulación de datos o hechos y llevarnos a una integración profunda con la sabiduría espiritual en la vida diaria. El encuentro íntimo también contiene una manifestación de la sabiduría en nuestras acciones, lo que implica convertirnos en uno con lo conocido, alcanzando una integración que trasciende lo físico y lo intelectual, penetrando en lo espiritual.

Después del pecado y nuestra consiguiente separación de lo divino, la continuación del proceso de construcción y creación generó un exilio espiritual que nos sigue invitando a engendrar hijos y construirles un futuro. Esto implica que el acto de construir una ciudad tiene más que ver con establecer una nueva estructura que acoge el orden celestial, buscando un sentido de estabilidad o propósito.

La ciudad que Caín construye, y a la que da el nombre de su hijo Enoc (Chanokh), representa un legado, una manera de perpetuar su nombre y su línea después de haber sido separado de la presencia directa del Creador. Esto nos recuerda que el nombre de una persona tiene una profunda conexión con su esencia espiritual. Nombrar una ciudad en honor a su hijo puede verse como un intento de reclamar una conexión perdida con lo divino a través de la posteridad.

חֲנוֹךְ (Chanokh, “Enoc”), con un valor numérico de 84, proyecta la idea de enseñanza o iniciación, de dedicar o instruir, lo que denota el deseo de Caín, a través de su hijo, de iniciar un nuevo camino o transmitir un nuevo legado para todos nosotros. El concepto de עִיר (Ir, “ciudad”), con su valor numérico de 280, nos relaciona con estructuras, tanto físicas como sociales, en pro de entornos que, desde nuestros microcosmos, nos ayuden a mejorar esta experiencia humana terrenal que, en esencia, es espiritual.

Pese a la adversidad y al dominio de las fuerzas del mal en ciertos momentos, contamos con un potencial inmerso en nuestra capacidad humana para seguir adelante a pesar de los errores y las dificultades. Debemos continuar construyendo nuestras vidas con otro legado, intentando que nuestras ciudades de habitación nos permitan crear un nuevo orden y estructura en medio del caos, buscando nuestra redención a través de las generaciones futuras.

Aprender a enfrentar los desafíos y errores del pasado, sin obviar nuestra transgresión del pecado, nos llama a entender la posibilidad de reconstruir, de crear algo nuevo y significativo gracias a la fe en nuestro Señor Jesucristo. La dedicación y la enseñanza que transmitimos a nuestras futuras generaciones deben ser vistas como un camino hacia la redención, siendo necesaria para ello la guía del Espíritu Santo.

Fortalecer nuestro entendimiento con Su luz no solo afecta nuestros conocimientos, sino también nuestras vidas, que necesitan de esa ayuda idónea para conocernos a nosotros mismos. Solo así, fruto de ese encuentro, podremos traer a la vida nuevas almas y guiarlas hacia la conexión con su verdadera espiritualidad.

Él mismo nos llama a no conformarnos con un conocimiento superficial, sino a buscar una comprensión total de nuestras vidas para que esta nos transforme internamente y luego se refleje en nuestras acciones y decisiones, haciéndonos más conscientes de cómo aplicamos esa guía para alinearnos con esas aspiraciones elevadas.

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