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Mi Kabbala – Tishrei 10, 5785 – sábado 12 de octubre 2024.    

¿Fiestas?       

El Texto de Textos nos revela en Zacarias 8:19, “Así dice el SEÑOR de los ejércitos: El ayuno del cuarto mes, el ayuno del quinto, el ayuno del séptimo y el ayuno del décimo se convertirán para la casa de Judá en gozo, alegría y fiestas alegres. Amad, pues, la verdad y la paz.”

Los seres humanos celebramos ciclos, estaciones y tiempos como Tishrei, que nos invitan a una introspección más profunda que los rezos o ritos religiosos. Aunque estos reorientan nuestras decisiones, deben elevarnos hasta reconectarnos con nuestro Creador, cumpliendo así con los mandatos que simbolizan la búsqueda consciente de alcanzar esa sabiduría divina. Nos integramos a Él a través de Su obra, lo que se refleja en amar a nuestro prójimo y a nosotros mismos, colocando a Dios por encima de todo, para que el Espíritu Santo nos guíe. Quizá por ello, mo’ed (מועד), que significa “fiesta”, como concepto nos sugiere que hay una estación.

El término mo’adim (מוֹעֵד), plural de mo’ed, nos recuerda además que el Creador hizo las luminarias de los cielos no solo para marcar dichos ciclos, sino para reorientarnos a través de sus posiciones, logrando con ello transformaciones —mishná (מִשְׁנָה)— que reordenen nuestras prioridades y nos permitan comprender que todo nos señala como fin integrarnos a Él. Esto implica entender que las siete grandes fiestas judías, y todas las demás, son recordatorios de cómo iluminar nuestro entendimiento para vincularnos con Dios, tomando para ello esos caminos comunes sefiroticos que nos acercan a Su Divinidad.

El arrepentimiento y el perdón, fruto de una oración consciente, son instrumentos para conducirnos hacia esa corrección diaria. Por ello, al conmemorar cualquiera de las festividades, como la de las trompetas —Yom Teruá (יוֹם תְּרוּעָה)—, debemos atender el sonido del shofar, cuerno de carnero, para reconquistar nuestro ser en esa batalla espiritual diaria que comienza cada día, y así liberarnos de nuestras mentes egoístas, que suponen que podemos vencer sin la ayuda de nuestro Padre Celestial.

Ese sonido penetrante del shofar (שופר), como llamado, apunta al juicio venidero del Creador. Por ello, nuestro Señor Jesucristo nos recordó que celebrar o conmemorar implica vernos al final de nuestros tiempos terrenales. Y, como lo vislumbró el mismo Daniel, percibir a Cristo a la derecha de nuestro Padre Celestial, guiados por el Espíritu Santo, nos prepara para adelantarnos a esa segunda venida en la que todo ojo le verá, escuchando también la gran voz de los ángeles que a los cuatro vientos anunciarán Su presencia.

Celebremos que Él venció a ese gran rival espiritual: la muerte, que nos rescató, salvándonos de las garras del pecado, haciéndonos saber que somos hijos del Creador y, por ende, tenemos otro destino: uno que nos espera a Su lado, en el nuevo Cielo, en donde como elegidos, se nos arrebatara hacia esa eternidad en donde podremos celebrar a cada instante, así que desde ahora tenemos la oportunidad constante de presentarnos en oración ante el Creador, implorando Su perdón y guía antes de que llegue aquel juicio (yasár, יָסַר), que determinará otro destino para todos aquellos que no le reconocieron y que usaron dichas fiestas para embriagarse y alejarse aún más.

El Texto de Textos nos revela en Mateo 22:2, “El reino de los cielos puede compararse a un rey que hizo un banquete de bodas para su hijo. Y envió a sus siervos a llamar a los que habían sido invitados a las bodas, pero no quisieron venir”.

Oremos para que todas nuestras celebraciones sean para denotarle gratitud.

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