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Mi Parashà – Génesis 2:17

El “árbol del conocimiento del bien y del mal” simboliza más que la dualidad que cogobierna hoy nuestras vivencias, el paso por la dimensión de la muerte, fruto de coexistir en la imperfección de un mundo donde debemos aprender de los efectos de nuestras libertades, no solo para con nosotros, sino para con los demás.

Es por ello que ese árbol del conocimiento וּמֵעֵץ הַדַּעַת (U-me’etz ha-da’at) debe ser visto en su totalidad como un canal de energía del cual tomamos frutos, עֵץ (etz – árbol), vida הַדַּעַת (ha-da’at – el conocimiento), que al trasladarse a la sefirá Da’at, nos reitera que requiere integrarse a la conciencia divina para poder restablecer su sentido o, de lo contrario, divagará en conocimientos finitos y limitados que no lograrán explicar esa esencia infinita e ilimitada.

Cuestionamientos de los que estamos llenos y que nos hacen percibir el bien y el mal טוֹב וָרָע (tov va-ra) como una simple dualidad, “tov” (bien) y “ra” (mal), cuando realmente dichos conceptos nos introducen en la complejidad de una dimensión moral en la que dichas fuerzas que cogobiernan nuestra inconsciencia nos arrojan la necesidad de entenderlas, atenderlas y equilibrarlas.

Comer algo es comprender que ello se integra a nosotros, por lo cual la invitación a no hacerlo לֹא תֹאכַל מִמֶּנּוּ (lo tokhal mimenu) significa, con esa prohibición directa, además de una advertencia, una alerta, donde el verbo תֹאכַל (tokhal – comerás) nos arroja la idea de que algo se integra a nosotros, se hace parte, siendo esa experiencia o conocimiento un elemento que, con sus impurezas, nos aleja del propósito de ser luz estando cerca de la fuente generadora de esa luz.

La prohibición de “comer” simboliza la restricción en la adquisición de ciertos conocimientos o la implicación en ciertas experiencias que pueden llevar a consecuencias negativas, כִּי בְּיוֹם אֲכָלְךָ מִמֶּנּוּ מוֹת תָּמוּת (ki b’yom akholkha mimenu mot tamut) – “porque el día que de él comas, ciertamente morirás”. Estado que tiene que ver más que con la muerte del cuerpo, con la introducción a la dimensión de la muerte espiritual, toda una separación con Él que nos aleja de todo lo que Él nos ofrece y, por lo tanto, de ese nuestro estado de gracia original.

Lo que reconocemos como nuestros actuales conocimientos, al estar alejados de Su sabiduría, tan solo forman parte de una suma de ignorancias, especulaciones, desinformaciones, es decir, desconocimientos de Él. דַּעַת (da’at – conocimiento), desde su valor gemátrico דַּעַת suma 474 (ד=4, ע=70, ת=400), nos recuerda que el llamado a estar conectados a esa fuente, según la sefirá que conecta las sefirot superiores (chochmah y binah) con las inferiores, requiere reconocernos como sus hijos.

El mandato de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal nos enseña sobre la naturaleza de las elecciones y sus consecuencias, pero sobre todo, sobre cómo nuestras elecciones representan o nuestra caída en la dualidad y alejamiento de la unidad divina, o nuestra elevación para así entender nuestra actual fragmentación de esa sabiduría pura y de nuestra conciencia divina.

Sus leyes y mandatos, más que representar prohibiciones, significan pruebas de crecimiento, enseñanzas sobre los límites de ese conocimiento humano, pero también la necesidad de confiar en la guía divina, ya que no todas las experiencias son beneficiosas. Por el contrario, reencontrarnos con Su sabiduría implica saber qué evitar y cuándo hacerlo para actuar en alineación con esos principios elevados.

El mundo se encuentra como lo apreciamos, producto de nuestros libertinajes, de querer hacer lo que nos viene en gana, obviando que la verdadera libertad no está en hacer todo lo que queramos, sino en elegir lo que nos acerque más a la unidad divina y a la plenitud espiritual. Obediencia y autocontrol son pilares para mantener la conexión con lo divino y evitar la caída en la fragmentación y el dolor, que como llamado de atención nos advierte desde nuestra esencia.

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