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Mi Kabbala – Tishrei 5, 5785 – Lunes 7 de octubre del 2024.

¿Ayunar?

El Texto de Textos nos revela en Isaías 1:18, “venid luego, dice el Creador, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. 19 Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra”.

Nuestra realidad es espiritual, pero la percibimos como material debido al pecado. Es necesario que nuestras almas se integren a esa totalidad a través del Espíritu Santo, para lo cual el ayuno nos aporta recursos en ese sendero donde descubrimos que necesitamos más del alimento espiritual: Su Palabra. El término Tzum nos propone entender el perdón divino a través de Su misericordia, ya que la tsadi (צ), como primera letra de esta palabra, representa la corona de justicia, Kéter, es decir, el servir a otros. La vav (ו), como segunda letra, es una motivación para integrarnos como próximos, mientras que la mem (ם), como tercera, nos reitera que hay cosas más importantes que el alimento físico.

Nuestro bienestar radica en estar a Su lado, por lo cual el ayuno es más que un ritual: es un medio para llenar esa sensación de vacío con la Fuerza Superior, logrando así adquirir entendimiento de lo que realmente nos falta: el atributo divino que implica entregarnos a Él. El ayuno nos llama a restringir nuestros deseos fragmentados, jashakím (חֲשָׁקִים), privándonos de esos placeres mundanos, distractores que nos desvían de transformar los comportamientos egoístas que nos dominan. Incluso, la ropa de color blanco nos indica que todos nuestros deseos deben envolverse con la Sabiduría eterna.

Nuestra alma busca retornar a ese elevado estado espiritual en pro de un encuentro íntimo con el Creador. Por ello, toda restricción y corrección es necesaria para integrarnos a Él a través de Su obra. Quizá por esto, seres justos como Esdras (Ezrá, עזרא), que significa “ayuda”, nos recuerdan la importancia de la oración y de confiar plenamente en Su guía, especialmente en momentos de prueba, hasta comprender que Él tiene el control de todo, lo que implica que en cualquier circunstancia podemos encontrar propósitos aleccionadores.

Cada oración, acto de perdón o ayuno debe integrarnos al Creador y a su obra. Por lo tanto, cada letra, cada signo, cada palabra y cada sendero sefírico nos llaman a vivenciar ese diario proceso espiritual de crecimiento, Tikún, donde debemos redescubrir a cada instante el amor del Creador en nuestro interior. Así, mediante ese fluir divino, nos reconocemos como partes de un todo, lo que se traduce en contribuir a quienes nos necesitan y no en apartarlos. Esto implica que al ayunar debemos visualizar esas oportunidades de corregirnos para luego ayudar a otros a corregirse a través de nuestro ejemplo.

Nuestro Señor Jesucristo nos permite hoy comprender esa misericordia divina, Jésed (חסד), fruto de Su grandeza, la cual no anula el juicio final, Guevurá (גבורה), que con su fuerza nos llama a superar todo aquello que, producto de los egoísmos del pecado, sigue alejándonos de ese fluir amoroso. Por tanto, para corregir y enmendar nuestro proceder incoherente, debemos nutrirnos de Su Palabra, llenándonos de intenciones, deseos, pensamientos, emociones, expresiones, interacciones e interrelaciones que fluyan en pro de un bienestar común, acorde a esa armonía divina en la cual coexistimos.

El Texto de Textos nos revela Hechos 14:23, “después que les designaron ancianos en cada iglesia, habiendo orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído”.

Oremos para convertir nuestros ayunos en acciones de amor.

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