
Mi Parashá – Génesis 1:28
La raíz “ברך” (Barach) y su valor gemátrico de 222 asocian el término con la idea de un flujo de bendición desde lo alto para todos, por lo que la humanidad está dotada de ese potencial para llevar a cabo su misión en la tierra. El mandato “פְּרוּ וּרְבוּ” (Pru urvu): “Fructificad y multiplicaos” nos propone la proliferación de buenas acciones, pensamientos y palabras.
La fecundidad debe entenderse como la expansión de la luz divina en el mundo, siendo necesario que nos acojamos a Su voluntad. Como hijos, “וְכִבְשֻׁהָ” (Vechivshúa): debemos ejercer control y dominio sobre la tierra, pero no de manera despótica, sino en armonía con las leyes de la naturaleza, reflejando la responsabilidad de ser custodios y no tiranos.
El valor gemátrico de 28 (כ”ח, Koaj) significa “fuerza” y resalta la fuerza y el poder dados al ser humano para cumplir con ese mandato divino, pero también implica la responsabilidad de utilizar ese poder con sabiduría y justicia. Por lo tanto, nuestras bendiciones están ligadas a ese poder y la responsabilidad de dar forma y dirección a la creación, ya que tenemos el potencial divino para crear, multiplicar y gobernar de manera justa y compasiva.
Desafortunadamente, no estamos multiplicando la bondad, la justicia y la paz en el mundo, sino que estamos utilizando nuestras fuerzas de manera destructiva, culpando incluso a fuerzas espirituales de ello. La maldad surge de no revisar los efectos de nuestras intenciones, emociones, pensamientos, interrelaciones e interacciones, que tienen un impacto no solo en nosotros sino en el mundo, siendo nuestra tarea llenar la tierra con la luz divina.
No tenemos licencia para explotar la creación; el llamado es a actuar como administradores responsables, cuidando de la tierra y todas sus criaturas con amor y respeto. Estamos llamados a utilizar nuestra fuerza (Koaj) para el bien, actuando como canales de bendición en el mundo, y así cumplir con nuestra misión divina de reflejar la imagen del Creador, quien nos desafía a considerar cómo podemos contribuir de manera más significativa y consciente a la creación de un mundo mejor y más armonioso.
Tal vez por ello, ante nuestra prolongada lejanía y la magnificación de nuestro caos, se hizo humano, haciéndose a nuestra imagen y semejanza, con el propósito de que entendiéramos su sencillo lenguaje de amor.