
Mi Parashá – Génesis 2:18
Somos parte integral de todo lo creado, lo que significa que todo nos complementa, aunque tengamos la posibilidad, por nuestro libre albedrío, de contar con cierta interdependencia. Sin embargo, esta interdependencia contiene un llamado intrínseco a entender esa necesidad de equilibrio, el mismo que, a su vez, nos insta a comprender que la vida nos une.
Desde dichos puntos y líneas lingüísticas que leemos como signos y que vibran gracias a Su palabra, se creó todo lo que reconocemos. Por ende, cuando Él dice: וַיֹּאמֶר יְהוָה אֱלֹהִים (Va-yomer Adonai Elohim) – “Y dijo el Señor Dios”, su propia verbalización nos denota, gracias a esos signos combinados: יְהוָה אֱלֹהִים, que todo debe fluir armónicamente, lo que significa que nuestras expresiones deben estar igualmente llenas de misericordia y justicia, para que así nuestras decisiones divinas estén sustentadas en ese equilibrio celestial.
Perspectiva que poco atendemos, usando nuestra boca para maldecir no solo a nosotros mismos y a la vida, sino también a Él, generando un verdadero caos en todo lo que nos rodea. Afortunadamente, nuestro propio mundo es un pequeño espacio fragmentado dentro de todo lo creado, una contracción que, sin embargo, Él cogobierna con sus mandatos, que, aunque respetan nuestro libre albedrío, guían el equilibrio universal natural.
Desde el momento en que empezó nuestra fragmentación: לֹא־טוֹב הֱיוֹת הָאָדָם לְבַדּוֹ (lo-tov heyot ha-adam levado) – “No es bueno que el hombre esté solo”, Él ha intentado que entendamos la importancia de multiplicarnos y ser luz para llenar ese espacio contraído y que nuestra fragmentación retorne a la unidad. Quizá por ello la expresión לֹא־טוֹב (lo-tov) – “no bueno”, טוֹב (tov – bueno) llevada a la sefirá Tiferet, nos grita que la armonía y belleza que tanto anhelamos están solo en Él.
Belleza que los humanos trasladamos a lo estético y que especialmente las damas han confundido, perdiendo con esa armonía la integración que debe lograr una pareja como recuerdo de nuestra unidad con Él. Al afirmar que “no es bueno” que el hombre esté solo, lo que se sugiere es un estado de plenitud que parte de nuestra armonía y que requiere de una unión, inicialmente con nosotros mismos, con esa pareja, con los otros y, lógicamente, de todos con el Creador.
Ayuda idónea: אֶעֱשֶׂהּ־לּוֹ עֵזֶר כְּנֶגְדּוֹ (e’eseh-lo ezer k’negdo), que, al entenderse desde el término עֵזֶר (ezer – ayuda), nos llama a asistimos, a servirnos, כְּנֶגְדּוֹ (k’negdo), siendo ese ser correspondiente, o sea, complementario a nuestras búsquedas intrínsecas de unidad. Es por ello que el acto sexual debe asumirse como una integración de esa pareja con la misma creación, la cual bendice esto con la posibilidad de la llegada de un nuevo ser al mundo.
Nuestra fragmentación requiere de la integración, por lo que esa pareja como ayuda idónea no es simplemente un apoyo, sino también un ser que nos confronta y equilibra respecto a nuestros verdaderos propósitos, siendo esa unión marital un escenario para enriquecer nuestras vivencias y experiencias.
La expresión עֵזֶר (ezer – ayuda) desde la gematría, עֵזֶר es 277 (ע=70, ז=7, ר=200), lo que nos da la idea de una combinación de fuerza y dirección, lo que significa que esa pareja, para que sea idónea, debe estar alineada con la fuerza y el propósito divino. Incluso el concepto כְּנֶגְדּוֹ (k’negdo – correspondiente a él), por su valor de 359 (כ=20, נ=50, ג=3, ד=4, ו=6), ratifica ese equilibrio dinámico, donde dos fuerzas que incluso parecen opuestas físicamente deben complementarse y equilibrarse para crear una unidad más fuerte.
Somos fragmentos de Él, por ende, nuestra esencia nos sugiere que no podemos estar solos, ya que nuestro estado ideal es el de complementarnos, integrarnos, unirnos, siendo esa pareja en unión marital la que nos otorga la verdadera plenitud, que se logra cuando nos reencontramos en relación directa con el Creador, para lo cual voluntariamente debemos alcanzar ese equilibrio a través de nuestras interacciones e interrelaciones.
Crecimiento personal y espiritual en donde cada ser humano con quien nos encontramos en nuestro día a día cumple ese propósito dentro de nuestro desarrollo espiritual, siendo esa “ayuda idónea” no solo esa pareja, sino nuestra articulación de esa relación primaria con la guía del Creador, para lo cual las situaciones cotidianas nos desafían a mantener dicho equilibrio.
La interacción con otros nos ofrece oportunidades para aprender, crecer y equilibrar nuestras propias energías. La misma idea de entender que esas ayudas idóneas están “frente a nosotros” requiere entender que, a veces, necesitamos confrontar y ser confrontados para alcanzar un estado más elevado de conciencia y comprensión. Por lo tanto, es prioritario que valoremos las relaciones en nuestras vidas, ya que son oportunidades divinas para el crecimiento y el equilibrio.