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Mi Parashà – Gènesis 2:19

Nuestra realidad es el producto de una narración que parte de la Palabra del Creador, la cual permitió a Adán recrearse en ella. Por lo tanto, es Adán quien da nombre a los animales, las aves y los objetos exteriores, mostrándonos que percibimos un mundo que describimos desde nuestras expresiones, siendo ese acto de nombrar un acto de creación y definición.

Nuestro Creador וַיִּצֶר יְהוָה אֱלֹהִים (Va-yitzer Adonai Elohim) – “Y formó el Señor Dios” de Su palabra וַיִּצֶר (va-yitzer), raíz יָצַר (yatzar), “formar”, da forma a nuestra realidad. Este acto de creación no solo moldea físicamente sino también espiritualmente lo creado, por lo que es Él quien establece nuestra esencia y propósito dentro de la creación.

A partir de ese nombramiento, expresiones como “tierra” מִן־הָאֲדָמָה (min-ha-adamah) – “de la tierra”, אֲדָמָה (adamah) por su raíz אָדָם (adam – hombre), nos proyectan esa interconexión profunda entre cada signo, letra, imagen, significado y nombre con todo lo creado, siendo la tierra el escenario para que nuestras palabras creen, pero también para que nos recreemos en Él como fuente generadora de estas.

Y son esas expresiones las que nos llevan a identificarnos con esos objetos, reproduciendo una interdependencia con lo externo que, a su vez, nos llama a una unidad. El contexto del término לִרְאוֹת מַה־יִּקְרָא־לוֹ (lir’ot mah yikra-lo) – “para ver cómo las llamaría”, nos indica cómo ese acto de nombrar no solo genera una identidad, sino también un propósito, ya que al colocar una descripción verbal a lo creado, Adán estableció espacios para todo dentro del mundo y, con ello, su propia movilidad y realidad.

Los seres vivientes נֶפֶשׁ חַיָּה (nefesh chayah), creados por Él a través de Su palabra y, por ende, con Su esencia נֶפֶשׁ (nefesh) – “alma”, “vida”, lograron pasar a la acción a través de las vibraciones de estas expresiones. Esto quiere decir que, como חַיָּה (chayah) – “vivientes”, alcanzaron animación en sus existencias, fluyendo con la energía divina y cumpliendo el propósito para el cual fueron creados.

La gematría nos indica en el valor de este término נֶפֶשׁ חַיָּה (nefesh chayah – ser viviente), נֶפֶשׁ (nefesh) 430 (נ=50, פ=80, ש=300) y חַיָּה (chayah) 23 (ח=8, י=10, ה=5), la idea de que la vida y la vitalidad están profundamente conectadas con Su palabra, con la vibración de la misma, un fluir que le dio a dicha narración un propósito y, por lo tanto, una identidad con lo divino. De allí la importancia de cuidar muy bien lo que expresamos, ya que en ello nos recreamos.

Al darle Adán nombre a las cosas שֵׁם (shem), la gematría nos reitera que el valor de 340 (ש=300, מ=40) tiene que ver con la esencia de lo nombrado. Esto quiere decir que Adán reconocía esa divinidad dada por el Creador a ese animal o ave, y por ende, gracias a ese acto creativo, comprendía desde su ser consciente esa relación íntima entre todo lo creado y la realidad que él estaba nombrando. Esta perspectiva la hemos perdido hoy en día, considerando que todo está aparte en lugar de asumir que todo forma parte del Creador y nos integra a Él.

El acto de nombrar y definir nos asigna una identidad junto con lo nombrado, lo que hoy nos confunde, llevándonos a identificarnos con el objeto creado y no con el Creador. Además, hemos perdido la responsabilidad de saber que al nombrar participamos activamente en lo creado. Esta capacidad humana de ser co-creadores, al no entenderla, nos lleva a reproducir caos en nuestros entornos producto del uso erróneo de nuestras palabras, al maldecir todo y a todos.

Si entendiéramos conscientemente el poder del lenguaje y la importancia de cómo definimos y entendemos el mundo que nos rodea, seguramente cuidaríamos cómo nombramos nuestra realidad, ya que estamos participando directamente en ella y dando forma a nuestra realidad con esas expresiones.

Nuestro propio nombre entonces debe ser usado para nuestro crecimiento personal, llamándonos a hacernos conscientes de nuestras intenciones, deseos, emociones y, lógicamente, expresiones, ya que gracias a ellas consolidamos acciones e interrelaciones. Por lo tanto, ese acto de nombrar no puede entenderse solo como una acción mental o física, sino como un proceso divino creador que moldea nuestras vivencias y al mismo mundo.

Debemos ser conscientes del impacto de nuestras palabras y cómo estas reflejan y moldean nuestra realidad, haciéndonos responsables de los efectos de nuestras diarias expresiones incluso antes de ser emitidas a través de nuestras bocas con respecto a la creación, afectando no solo nuestra realidad a través de estas ideas sino también las vivencias de los demás.

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