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Mi Parashá – Génesis 3:11

Nuestra dimensión dual, en la que coexistimos, nos confronta comúnmente, proceso que inició desde el mismo momento en que el Creador cuestionó a Adán sobre quién le había dicho que estaba desnudo, revelándole que estaba experimentando ser parte de los frutos del conocimiento y de esa conciencia del bien y del mal, la misma que simboliza nuestra pérdida de la inocencia natural que nos conectaba y llenaba de plena confianza con la sabiduría divina.

Es necesario, desde aquel entonces, reflexionar sobre esa ruptura con nuestro estado de unidad original que nos permitía comunicarnos directamente con Él, y reconocer que esa confrontación constante nos lleva a tener otra percepción respecto de esa dualidad y de nuestra actual separación, en la búsqueda de alcanzar una nueva y plena sintonía con la voz del Creador.

La pregunta מִי (Mi), “¿Quién?”, desde su valor gemátrico de 50, nos relaciona con la Sefira biná (entendimiento) del Árbol de la Vida, en pro de buscar esa percepción superior, para dejar de percibirnos avergonzados, alejados, desnudos (עֵירֹם,Érom), valor de 316, es decir, perdidos entre nuestra humanidad terrenal injusta y la justicia divina que fluye en todo lo creado.

Es por ello que nuestro Señor Jesucristo se hizo humano, para que no quedáramos expuestos a ese juicio de la verdad, y es que, mientras sigamos alimentándonos de los frutos del árbol del conocimiento del bien y del mal, Etz HaDa’at Tov V’Ra, seguiremos siendo parte de ese estado dual de bien y mal, de luz y oscuridad, de ser dominados por un inconsciente colectivo o guiados por Su conciencia.

Lograr reconectarnos con ella implica que nuestras decisiones nos acerquen a esa nuestra esencia divina, un proceso que requiere comprender que coexistimos en dimensiones o niveles de realidad, mundos “Arba Olamot” (ארבע עולמות), que nos manifiestan la energía divina que desciende desde el Infinito hasta el mundo físico que percibimos como nuestra única realidad.

Nuestra búsqueda de volver a percibir el Atzilut (אֲצִילוּת) o Mundo de la Emanación, el más cercano a la fuente divina, donde la Luz Infinita del Creador (Ein Sof) se emana sin ninguna separación, fruto de la unidad total con lo Divino, se asocia con las Sefirot: En Atzilut, nos proyecta esas diez sefirot o emanaciones divinas en su forma más pura, sin ninguna forma material, reiterando que la sefirá de Jojmá (Sabiduría), como primer punto de la creación a partir de la nada, nos llama a integrarnos a través de Su palabra.

Al separarnos del Creador, Beriá (בְּרִיאָה) en el Mundo de la Creación, nuestras ideas y sus formas comenzaron a identificarnos con una realidad que inicialmente no era del todo física, caracterizada por una separación mayor que Atzilut, pero sigue siendo un mundo de alta espiritualidad. La Sefirá Beriá, Biná, del Entendimiento, nos permite comprender que nuestras ideas deben desarrollarse y estructurarse para poder retornar al nivel Atzilut.

Entender estos niveles nos permite asumir que Yetzirá (יְצִירָה) como Mundo de la Formación, hace que nuestras estructuras comiencen a percibirse dentro de una realidad más definida, pero aún no material. Este espacio, relacionado con fuerzas angelicales que operan e interactúan con nuestras emociones, nos muestra cómo estas son atributos que se manifiestan en lo material.

La Sefirá Yetzirá, relacionada con las seis sefirot del Zeir Anpin (Jesed, Guevurá, Tiferet, Netzaj, Hod y Yesod), que representan las cualidades emocionales del Creador, nos recuerda que incluso en el mundo de la acción en el que nos encontramos actualmente, Asiyá (עֲשִׂיָּה), Él está presente y se materializó a través de nuestro Señor Jesucristo, para recordarnos que las formas espirituales se concretan en el mundo físico, en el cual nos reconocemos.

Aunque este es el nivel más distante de la pura luz divina, también es donde la voluntad divina se realiza en forma tangible. Por ello, la Sefirá Maljut (Reino), nos presenta esta manifestación como el poder divino en el mundo físico, perspectiva que, más que describir el proceso de la creación, nos sirve de modelo para entender la experiencia humana y el crecimiento espiritual.

Nuestro propio proceso parte de una semilla o gen que va tomando forma hasta que logra que sus decisiones materiales permitan su desarrollo espiritual, coexistiendo a la vez en esos niveles o mundos donde Atzilut significa inspiración o intuición inicial, Beriá conceptualización y planificación de las ideas, Yetzirá formación de un plan concreto y preparación para la acción, mientras que Asiyá es la ejecución y manifestación de la idea en el mundo físico.

Es necesario reflexionar sobre cómo manejamos nuestras acciones y cómo podemos alinear mejor nuestras vidas con la energía divina que fluye a través de estos niveles. Así que, para responderle al Creador como Adán respecto a qué estamos haciendo con nuestra conciencia, simplemente debemos acogernos a su sabiduría.

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